TEORÍA SOCIAL (y 3)




Crecimiento y desarrollo

En la última aportación a la Teoría social nos preguntamos qué cosas se pueden cambiar en esta sociedad por quiénes y en virtud de qué, y si, en consecuencia, es posible algún impulso social que, en caso de necesidad, nos saque (para esto ha sido cada revolución) del sistema establecido y nos lleve a otro distinto (mejor), por lo que, de otra parte, resulta pertinente preguntarnos, de acuerdo con el marco actual, si es necesario ya ese impulso o incluso si está en marcha y qué evolución cabe esperar de él.
Esto nos lleva a la cuestión de qué sistema social es mejor que otro y en base a qué.
(La cuestión no debería surgir o ser una consecuencia del planteamiento inicial sino que debería ser anterior a cualquier planteamiento o propósito social porque si no se parte de esta premisa toda vale como opción, y vale como opción —tal como está ocurriendo—cualquier interés o inercia social.)
Aquí nos proponemos responder a estas preguntas e introducir en el discurso algunos elementos objetivos, caracterizando —como primera aproximación— el bienestar y el desarrollo mediante la calidad de la ocupación (cuestión sospechosamente olvidada o ignorada), para establecer finalmente una dependencia entre dicho bienestar (el desarrollo social, propiamente dicho) y el crecimiento económico.
Esta dependencia vendrá dada por una ecuación de desarrollo que representa un estudio analítico del crecimiento y el desarrollo, totalmente coherente o compatible con la evolución de la curva característica vista en el efecto transistor, y fiel reflejo —en consecuencia— de toda una casuística de comportamientos socioeconómicos, en particular de los puestos en juego en las crisis de superproducción y en los procesos de regresión social en que derivan éstas. Este estudio es esencial en nuestro tratamiento teórico porque es el que nos permitirá comprender el comportamiento coyunturalmente antagónico (en algún sentido de una coyunturalidad ancestral) de estos dos aspectos de la evolución, que finalmente podremos resolver en el bloque siguiente (Desarrollo y crecimiento), donde se pondrán de manifiesto los vicios y contradicciones sistémicas, y su posible solución.
La ecuación de desarrollo explica los diferentes marcos históricos, las tensiones puestas en juego en las diferentes revoluciones, y las tensiones puestas en juego en la actualidad, esto es, da cuenta de quién, y por qué, está estableciendo unas nuevas relaciones de producción, y, propiciando e impulsando un proceso de bipolarización social, que además se presenta como ineludible por llevar aparejado toda una transformación cultural, es decir, toda una manera de concebir las cosas (en base a lo que las cosas son por sí mismas).
La bipolarización social da lugar a su bipartición, que no es otra cosa que la destrucción de la clase media, su degradación social y el establecimiento consecuente de dos grandes grupos sociales de muy distintas posibilidades, una que lo puede todo y otra que se ve sujeta cada vez más a condiciones laborales y personales más deprimentes, tanto en los sectores empresariales debilitados por la propia ley de mercado como en aquéllos para los que el deterioro sólo representa la posibilidad de poner en marcha una ambición vieja: un esquema de funcionamiento socioeconómico más útil y acorde a unas pretensiones diseñadas a largo plazo; en definitiva, el establecimiento de unas relaciones de producción y de toda una serie de acciones motivadas a tal efecto.
Existen razones objetivas como son la propia saturación del sistema y el desarrollo que aconsejan el incremento de la bipolaridad o la hacen necesaria, y existen razones subjetivas o cuestiones de oportunidad: la que brinda ahora el avance tecnológico y posibilita al capital desembarazarse de la servidumbre del conocimiento, esto es, de la ubicación dispersa del mismo en la masa social; lo que no es sino una parte de un proceso más general de estandarización que permite tomar como indistinguible a toda la masa humana como masa laboral. En esto consiste la aludida transformación cultural puesta en marcha desde el renacimiento con la dignificación del dinero y el trabajo, posteriormente en el siglo XX con la incorporación de la mujer al mundo laboral y que ahora incorpora  nuevos mecanismos (ya se verá), que lo son de desespecialización y desestructuración social.
Estas circunstancias hacen de este proceso un proceso de revolución contrario al que se había venido dando, un proceso que se presenta sin oposición real, pues se da por un poder que no tiene un contrapoder claro, y que no parece tener  límite, que presenta unas capacidades de sometimiento inusuales, y ya olvidadas, porque presenta una independencia casi total a la fuerza del trabajo, mientras que la dependencia del trabajador al mismo (a su escasez), y al que lo promueve, va en aumento, lo que no puede derivar nada más que en formas modernas de esclavismo.

 1- Crecimiento y desarrollo (7ª entrega)
Resumen. La precariedad y el paro hacen que hablemos de ocupación y que ni por un asomo lo hagamos de la calidad de la ocupación. La precariedad hace que queramos estar ocupados a cualquier precio, de cualquier modo, que esa ocupación sea sinónimo de “oportunidades” y que no quepa otra posibilidad ni ningún cuestionamiento, ni reparemos hasta que punto esta forma de vida se aparta de nuestras posibilidades de estar y se emplean en cambio otras formas de estar que se presentan como inevitables, y que como tal se asumen; y se asume como parte de un proceso natural (parte de la vida o castigo divino) toda degradación, toda ocupación estéril, abusiva o infame.
No sólo nos referimos a la ocupación laboral sino a las posibilidades de ocuparnos en la vida satisfactoriamente o las de poder estar felizmente desocupados. Esto es lo que debería procurar el desarrollo social elevado y lo que ha querido el hombre desde siempre para sí (o debería querer), y lo que no alcanza en tanto se interponen toda clase de contratiempos y servidumbres.
En la 7ª entrega, en ese intento más general de caracterizar nuestra altura social, la relación entre crecimiento y desarrollo, y de identificar en qué puede ser mejorado nuestro sistema social, abordamos la calidad de la ocupación como primera medida de nuestro grado de bienestar o idea que —si bien en algún modo puede ser subjetiva— puede dar cuenta de él, porque puede dar cuenta de hasta qué punto está el sistema orientado a la necesidad (que se trata de satisfacer de cualquier forma) o a todo aquello que se puede realizar con la necesidad cubierta.

La bipolaridad política (celular o no) tiende a la convergencia (pareja y democracia) en aras del entendimiento y por tal se sitúan a riesgo de ser inefectivas, carentes de fundamento e incluso problemáticas, en la zona de saturación. La bipolaridad económica tiende a perpetuarse en la alta bipolaridad o incluso extenderla para propiciar el desarrollo económico. El sistema actual es a priori de una alta bipolaridad económica y una fuerte convergencia política. Debido a esto, al margen de esta o aquella crisis, de tal o cual ajuste, de los pocos o muchos damnificados, el régimen capitalista, contrariamente a los otros modelos económicos de la antigüedad, parece inmune a sus propios fallos o debilidades, ajeno a cualquier arreglo teórico y, en consecuencia, teóricamente invulnerable a las agresiones externas.
Es posible que no se sepa o se tenga idea de qué asunto puede ser mejorado sobre este tan supuestamente inmejorable desarrollo —los servicios y el bienestar son su publicidad—, y tampoco a quién beneficiaria. Es posible que no haya un sector que pueda hacer las veces de polo político intermedio o que, en efecto, sus aspiraciones queden perfectamente integradas en el marco político existente. Es posible, tal como indicó Marx, que esta manera de relación de las fuerzas de producción no esté agotada y, consecuentemente, estemos ante la pervivencia de formas productivas que aún no han entrado suficientemente en contradicción con aquéllas. Es posible también que sí que se estén produciendo todos los elementos adscritos a una fase de transformación y que, en medio de la vorágine y como elementos activos de la escena, no seamos conscientes de la importancia de los cambios. ¿Cómo saber en qué punto estamos?
Ésta parece una forma adecuada de refundir las preguntas o de concretar la incertidumbres, que todavía podemos enunciar de la siguiente forma: ya hemos visto que cada época ha tenido y tiene una estructura bipolar, tanto económica como política, y una bipolaridad social o forma de relacionarse (grupos sociales, relaciones de producción, etc.), pero no hemos visto qué hay en la base de todas, es decir, no sabemos cuáles son las verdaderas motivaciones de fondo que alientan a establecer una diferente forma de relacionarse ni si esas formas de relacionarse, de acuerdo con el desarrollo económico, representan o no una forma de desarrollo más avanzada o menos que la anterior, esto es, dado que admitimos o postulamos que el crecimiento económico tiene un comportamiento creciente, si crecimiento económico y desarrollo social son dos conceptos que han avanzado y siguen avanzando en la misma dirección para cada fórmula establecida.

A. La calidad de la ocupación: (desarrollo y servidumbre)
Sobre un esquema de desarrollo visible, general y creciente que da la altura de los tiempos (no podemos prescindir de los avances técnicos sanitarios, como productos del desarrollo económico), a la que denominamos evolución social, existe otra evolución que es solapada, cuestionable y profunda, que representa el verdadero desarrollo social y el grado de bienestar. La pregunta es cómo viene caracterizado éste y si, de acuerdo con el nivel alcanzado, el desarrollo económico y la evolución social subsecuente apunta a un desarrollo social o no, es decir, si ambos desarrollos siguen una curva creciente o, por el contrario, sobre el desarrollo social, de acuerdo con los parámetros expuestos, se ha establecido un punto de inflexión.
En este sentido, ya sabemos lo que supone el desarrollo para una empresa o para los poderes económicos: la producción, el crecimiento, riqueza, el valor de un polo del conjunto bipolar, etc. Es evidente que algunas de estas cosas también lo suponen para la sociedad y los ciudadanos en sí puesto que gran parte de ese desarrollo económico se traduce en un desarrollo técnico-científico-sanitario y en un bienestar social que no podemos eludir ni ignorar. Pero si preguntamos qué cosas caracterizan el desarrollo más claramente o qué cosa englobaría como concepto a lo que nos produce el desarrollo, podríamos decir que la evolución social nos libera de servidumbres, por ejemplo, tener una mejor asistencia sanitaria, unos mejores medios de transporte y comunicación, incluso más cultura que nos libera de la ignorancia y de muchos de sus lastres; y esto, nos procura posibilidades, un mayor dominio (de nosotros y nuestro entorno) y libertad.
Sin embargo hay una servidumbre que lejos de mitigarse o restringirse se ha visto incrementada y se sigue incrementando con el desarrollo o, por decirlo mejor, con esta forma de entenderlo (en realidad, con la evolución social), que es la ocupación o la calidad de la misma, y que se constituye en uno de los límites al desarrollo por el desarrollo mismo. Podemos decir, por tanto, que en una primera aproximación, lo que mejor caracteriza el desarrollo social es la calidad de la ocupación.
De una parte, la que deriva en la modificación de las relaciones de producción. Si repasamos la Historia vemos que lo que principalmente ha regulado las relaciones de producción ha sido el grado y tipo de ocupación; y lo que ha querido el hombre desde siempre, a la vez que ocuparse, ha sido liberarse de la ocupación, esto es, ocuparse libremente. De este concepto de “ocupado”, se llega, en virtud de que es ocupado por cuenta ajena, al concepto de usado, que es el elemento básico de la enajenación. Esta ocupación primero fue esclavitud, que daba todo su tiempo y todo su trabajo, luego servidumbre, que daba casi todo su tiempo y casi todo su trabajo, más tarde el proletariado fue conquistando parte de su espacio hasta alcanzar unas condiciones laborables que le permitían alcanzar un cierto dominio de su trabajo, de su vida e incluso de su propio tiempo. Respecto de este criterio parece haberse alcanzado un cierto umbral, es decir, un máximo en la relación prestaciones-contraprestaciones derivadas de la vida laboral por el que a partir de unas jornadas bien establecidas se está llegando a otras extensivas e intensivas, y a la extensión de la plena dedicación, propia de los sectores ejecutivos, a todo el espectro laboral.
De otra parte, la que deriva de la propia existencia. La sociedad, como consecuencia del desarrollo da lugar a cotas altas de complejidad, y a diferentes formas de ocupación o atención en vacío o estructural, es decir, a un canon de mantenimiento por tener una determinada forma de vida o simplemente estar vivo: la ciudadanía tiene ocupación en su higiene diaria, asistencia médica, atención infantil y escolar, gestión administrativa y obligaciones con el Estado, mantenimiento y reparación de los productos (coches, electrodomésticos, etc.), actualización etc. De todos es conocido el grado de atención en algunas de estas áreas precisamente porque el desarrollo permite un mayor perfeccionamiento y atención, y porque con el desarrollo cultural nuestro grado de exigencia y la exigencia social es muy superior. Antes un individuo necesitaba unos cuidados sanitarios básicos que se circunscribía a los inevitables quebrantos de la salud, en la actualidad, sobre todo en ciertos ambientes amparados por algún tipo de mutua sanitaria (consecuencia del propio desarrollo o poder adquisitivo) se apuran las posibilidades, los niños, en particular, sufren chequeos, pruebas varias a los posibles males del crecimiento o sus prevenciones, como ortodoncias, prevención de espalda, corrección de pies, etc. y los mayores, en general, todo tipo de pruebas y controles, y todos, en general, tratamientos fisioterapéuticos o rehabilitaciones derivadas de la edad, posiciones sedentarias y ergonómicamente incorrectas asociadas principalmente a la vida laboral y a la longevidad; y otros males y cuidados. La actividad educativa, por otro lado, obliga a los padres a tener una atención extra para cubrir las carencias derivadas de la exigencia de los sistemas educativos, planes de estudio, y el afán multidisciplinar, que antaño no existía, y hacerlo en el tiempo libre que resta a cada unos de los progenitores, una vez sustraído el tiempo de actividad laboral y las obligaciones diarias de manutención, lo que da lugar, todo en conjunto, a una cadena sin fin de actividades, preocupaciones y ocupaciones a las que coyunturalmente no se puede responder, como ponen de manifiesto las estadísticas de fracaso escolar, el déficit de educación como consecuencia del desarraigo infantil o desatención sistemática, y las consecuencias o problemáticas acumuladas a cargo de nuestra forma de vida, de la ineludible delegación o dejación de responsabilidades: la infelicidad, la ansiedad, los quebrantos psicológicos... El desarrollo, en este caso, redunda en una ocupación sistemática y estructural, imprescindible o ineludible, que debilita y empobrece el desarrollo integral al ponerle cotas instrumentales e inundarlo de aspectos. El bienestar lleva implícito resistencias u oposición al propio bienestar susceptibles o no de ser orientadas por otras fórmulas o soluciones futuras.
En consecuencia, por una cosa o por otra podemos tener una cierta sensación de que las cosas de la vida se nos escapan de las manos, que se ha alcanzado un punto de inflexión, que el mundo camina por sí solo y que lo hace hacia la ocupación mórbida y el deterioro.
Esto mismo parece que quiere ponerse de manifiesto en las palabras de Marx, en las que se vive y aquilata el dolor de su tiempo frente a un tiempo pasado presumiblemente mejor.

El siervo de la gleba se vio exaltado a miembro del municipio sin salir de la servidumbre, como el villano convertido en burgués bajo el yugo del absolutismo feudal. La situación del obrero moderno es muy distinta, pues lejos de mejorar conforme progresa la industria, decae y empeora por debajo del nivel de su propia clase.
Por lo que lo argumentado se presentaría como un pensamiento recurrente, o lo haría si no fuera porque la primera fase de la revolución industrial se hizo a cargo de una explotación obrera sin precedentes, a cargo de un proceso de continuada partición de la tarea (que Marx llama de especialización), y de empobrecimiento.

La extensión de la maquinaria y la división del trabajo quitan a éste, en el régimen proletario actual, todo carácter autónomo, toda libre iniciativa y todo encanto para el obrero… El trabajador se convierte en un simple resorte de la máquina, del que sólo se exige una operación mecánica, monótona, de fácil aprendizaje.
Este empobrecimiento es el de la tarea tediosa y es una medida del bienestar, o de su falta, de la que posteriormente se alcanzará, como veremos, un grado de perfeccionamiento.

B. Ecuación de desarrollo (8ª entrega)



Resumen. Necesitamos una evaluación libre de toda de toda sensación o percepción particular porque, no obstante de todo lo anterior, hay una parte de esto que llamamos desarrollo que parece avanzar y otra que no, y necesitamos resolver si es sí o es no, Necesitamos caracterizar matemáticamente la relación entre el desarrollo y el crecimiento para estar seguros de que efectivamente tenemos una correcta percepción.

Matemáticamente, esta determinación se expresa simplemente mediante el concepto de proporcionalidad, que puede ser directa o inversa y que da cuenta, respectivamente de un incremento o decremento de uno de los aspectos cuando el otro se incrementa.

Nosotros encontramos una ecuación de desarrollo que tiene este comportamiento, que es, por otra parte, coincidente totalmente con la curva característica del efecto transistor, lo que nos permite verificar que la realidad obedece a este patrón.

Es decir, por una parte encontramos la tal ecuación de desarrollo que tiene proporcionalidad directa para unos valores e inversa para otros, y por otra identificamos ese cambio de proporcionalidad en la curva característica, lo que nos permite describir el mencionado cambio de proporcionalidad, lo que esta representa socio-económicamente y cómo se da.

La importancia del conjunto ecuación de desarrollo-curva característica es capital, y lo debería ser para el análisis económico que carece de una verdadera aproximación científica o verificación de los postulados, lo que permite vivir en la indeterminación, esto es, decir esto y lo contrario dependiendo de la teoría económica al uso.



Aquí estamos cambiando el lenguaje y estamos determinando de forma sencilla qué y cuánto se puede cambiar de qué, porque todo se traduce en una u otra forma de comportamiento sobre el esquema de trabajo: se resuelve directamente la relación causa-efecto entre unas variables y otras, lo que permite pretender unos determinados estados y ajustar las variables para alcanzarlos.
Es otra forma de entender la teoría económica o la base de una nueva

No obstante de todo esto puede ser que nuestra sensación, sea eso, una sensación, y que esta primera aproximación a la caracterización del desarrollo sea equivocada y que lo dicho no sea nada más que la servidumbre coyuntural de la evolución social propia de cada época (el tipo de supervivencia), puesto que en todas ellas ha habido proscritos y puesto que en ésta existe un amplio sector que se desenvuelve en un espacio de confort derivado de la ocupación muy distinto al expuesto o así lo entiende.
Necesitamos, en consecuencia, otro criterio mejorado y que mejore, de ser posible, al anterior. Para lo cual, de la misma forma que tenemos una noción clara de lo que es crecimiento, materializado en la evolución social y representado mediante la bipolaridad económica o divergencia, podemos darnos cuenta de que el desarrollo social viene dado —a expensas de ser caracterizado convenientemente— por la convergencia o despolarización social, que se presenta así como una medida objetiva o cuantificable del mismo.
Establecido esto, y puesto que el desarrollo social tiende hacia la despolarización social, podríamos pensar que la bipolarización económica tendería a priori y de forma biunívoca hacia la bipolarización del tejido social y, consecuentemente, que son antagónicas, pero lo pensaríamos equivocadamente porque no se corresponde con el efecto transistor en todas sus fases (en las que en unos casos se incrementa la bipolaridad del tejido y otros disminuye) y, por tanto, con el modelo de crecimiento, ni se corresponde con la realidad histórica pues, en verdad, la bipolaridad económica no ha sido divergente socialmente desde siempre sino todo lo contrario, de hecho, tal como dijimos, la actividad económica puso en relación dos polos distantes, aquéllos que estaban separados económica y políticamente antes de la última época de los metales.
Un criterio verdadero podrá venir dado, en consecuencia, por la relación de proporcionalidad entre ambas formas de bipolaridad, que recoja este comportamiento y que describiremos de una forma simplificada a través de una ecuación genérica a la que llamaremos ecuación de desarrollo. Mediante la misma, se establece un factor de proporcionalidad directa entre el crecimiento o desarrollo económico y la evolución social, pero aunque pueda haber tal dependencia entre estos dos factores, los mismos actúan, a su vez, como factores de proporcionalidad inversa de un tercer factor, el desarrollo social derivado de dicha evolución, que alcanza un máximo, como veremos, para cada sistema, de modo que, mientras que este último no se alcance, los otros factores pueden crecer libremente de acuerdo con la proporcionalidad primera pero luego, llegado a este umbral, se impone la inversa. Este comportamiento se corresponde con la de cualquier función bidimensional en la que existan las dependencias mencionadas, y que a continuación ejemplificamos.
Sea un rectángulo de lados A y S, en el que el lado S sea α veces mayor que A, más una variable adicional T. Vemos que la condición (1), S=αA+T, se cumple para cualquier valor de A, y que si A crece lo hace S; siendo en este caso T independiente de A. En cambio si imponemos al rectángulo una condición adicional (2) respecto a su área, por ejemplo, la de que su lados cumplan A*S=P, vemos que si aumenta A, S aumentaría en lo que respecta a αA por (1), pero que en conjunto tiene que darse por (2) un decremento de S y, consecuentemente, uno fuerte de T en (1) que lo permita: hay crecimiento económico (A), hay evolución social (αA), pero no desarrollo social (S), y mucho menos bienestar (T). En este caso, por tanto, una bipolarización económica (αA) da lugar a una pérdida de bienestar (T) a través de una pérdida de desarrollo social (S).
Supuesta una condición menos restrictiva que la (2), A*SP, obtendríamos que en tanto no se alcanza dicho máximo la función evolución social es creciente y la de desarrollo social también, mientras que, una vez alcanzado, la evolución social sigue siendo creciente y la otra no (decrece), lo que da una representación piramidal propia de la función bivaluada mencionada, es decir, en la que cada estado de desarrollo social se alcanza desde dos estados (1 y 2) de crecimiento económico o de la bipolaridad que aparentemente lo fundamenta, es decir, un diente de sierra en el que se alcanza la misma altura desde ambas caras.



A priori, nosotros no sabemos que exista este umbral (ni esta ecuación) pero sí podemos comprobar que la convergencia social y la bipolaridad económica, “desarrollo y crecimiento”, que durante los estadios anteriores del desarrollo han ido, a pesar de todas las vicisitudes, y embates históricos, de la mano (proporcionalidad directa), llegado un punto, no, y que, en efecto, la evolución social que había propiciado el desarrollo social, la altura y convergencia, ahora es contraria a éste (proporcionalidad inversa), validando este criterio y poniéndose de manifiesto, por tanto, que la bipolaridad económica exacerbada que propicia el crecimiento afecta al desarrollo social. Es decir, podemos comprobar que existen indicios tanto de la proporcionalidad directa (pretérita), en la que el incremento de la bipolaridad económica iba acompañado de despolarización social, como de la inversa; lo que hace pensar que se cumple la ecuación de desarrollo o una similar.

B1.Genealogía de la proporcionalidad directa.

El desarrollo económico hace uso de los diferentes criterios de bipolaridad social y los ajusta en su beneficio, es decir, que lo que verdaderamente importa es mantener la diferencia de potencial, siendo todo lo demás una consecuencia, hecho circunstancial o apropiado a tales efectos, impulsado mediante los mecanismos políticos ya vistos. En efecto, si desarrollamos todas las épocas, podemos observar las motivaciones económicas y las ventajas en las formas de relacionarse (esclavismo a feudalismo, etc.), y la transformaciones en las mismas derivadas principalmente de la especialización, y la consecuente división social del trabajo, que derivan en otras bien distintas relaciones de producción. Esto ya se pone de manifiesto, según cita E.M. Staerman, incluso en las villas del final del Imperio frente a las explotaciones de los pequeños propietarios, y más contundentemente en las explotaciones latifundistas que se abrirían paso en la época medieval.
La especialización se combinaba con la cooperación simple, que favorecía el crecimiento del rendimiento del trabajo… En primer lugar proporcionaba la posibilidad de hacer trabajos más difíciles… En segundo término ofrecía la posibilidad de lanzar una “masa de trabajo” en un momento decisivo… Y por último, la reunión de cierta cantidad de esclavos en la villa tornaba posible una especialización más profunda lo que mejoraba la práctica del trabajo y la experiencia de los trabajadores… Así por lo que parece, el régimen esclavista evolucionado suponía: la preponderancia de las villas cuya extensión permitía la vigilancia efectiva de los esclavos, y una especialización en las diferentes ramas y explotaciones.
Arrancando una concesión tras otra, los esclavos obtuvieron, a fines del siglo II y en el III, una modificación efectiva de su situación… El esclavo a quien el amo no podía “comprar, vender, matar como al ganado” y que poseía, aunque sin derechos de propiedad, medios de producción, no era ya un esclavo en el sentido absoluto del término. Hacían falta otros métodos para obligarlo a trabajar, para extraer de él un plus-producto… Las plantaciones esclavistas sólo eran posibles si se utilizaban los métodos más implacables para obligar a los esclavos a trabajar, y esos métodos estaban ya prohibidos…
En los latifundios no se podía realizar ni la cooperación simple, ni la división del trabajo que se vincula estrechamente con ella. El desarrollo de las fuerzas productivas sólo podía seguir un nuevo camino, a saber, el de la creación, en el trabajador, de un estimulante para el trabajo, proporcionándole para ello medios de producción y reservándole cierta parte de su plus-producto.
Como es natural, la cooperación formada sobre la base de la esclavitud es menos eficaz que la cooperación entre asalariado ya que los esclavos no estaban en modo alguno interesados en los resultados de su trabajo…
Los latifundios se encontraban en muy otras condiciones que las villas… Si al aumentar el número de sus esclavos el amo de la villa aumentaba también los gastos para el mantenimiento de los mismos, los propietarios de latifundios, por el contrario, al adquirir nuevos trabajadores independientes aumentaban sólo sus ingresos.
Max Weber, por su parte, nos recuerda otro eslabón en la secuencia del progreso.
La cultura antigua es una cultura litoral… En la Europa antigua no existía un comercio interior semejante al de la Edad Media… El progreso descansa en la creciente división del trabajo. En el trabajo libre esta división en un proceso que se identifica con la creciente dilatación del mercado, extensivamente merced al ensanchamiento geográfico del área comercial… En la Edad Media se desarrollo primero la división del trabajo libre… Enseguida nace el tráfico exterior y la división interlocal de la producción, primero en el sistema de abastos, después en la manufactura… A medida que el centro de gravedad del Imperio se traslada al interior…, tanto más pesan los intereses de los “agrarios”, de la antigüedad, los grandes terratenientes, en la política del Estado.
De cuyo acto final nos habla Marx.
Cuando estos medios de transporte y de producción alcanzaron una determinada fase en su desarrollo, resultó que las condiciones en que la sociedad feudal producía y comerciaba, la organización feudal de la agricultura y la manufactura, en una palabra, el régimen feudal de la propiedad, no correspondían ya al estado progresivo de las fuerzas productivas. Obstruían la producción en vez de fomentarla. Se habían convertido en otras tantas trabas para su desenvolvimiento. Era menester hacerlas saltar, y saltaron… El régimen feudal o gremial de producción que seguía imperando no bastaba ya para cubrir las necesidades que abrían los nuevos mercados. Vino a ocupar su puesto la manufactura. Los maestros de los gremios se vieron desplazados por la clase media industrial, y la división del trabajo entre las diversas corporaciones fue suplantada por la división del trabajo dentro de cada taller… Ya no bastaba tampoco la manufactura… La manufactura cedió el puesto a la gran industria moderna
Proceso que ha derivado en la segregación de un polo especializado intermedio, menos enajenado, más cercano al sector emprendedor, con otras relaciones de producción, que se traducen en una mayor libertad de acción, tarea discrecional o de mando, y que ha concluido con el dominio por la clase media (con sus connotaciones negativas, si se quiere) de los elementos de bienestar que brinda la sociedad, incluido el bienestar que deriva de la salud laboral, esto es, del ejercicio de lo laboral en unas condiciones de estabilidad, confort, etc., sin precedentes, y de las condiciones de la propia vida (para empezar, de su propio tiempo); y más allá de esto, ha concluido en la constitución, como tal, de la clase media como sector amplio de la sociedad.
Este último hecho es el que verdaderamente condensa todo o casi todo lo que podamos decir acerca del desarrollo social, que necesariamente tiene que ir hacia la convergencia, hacia el entendimiento, y se constituye en su pilar básico, en cuanto que conecta los extremos, dos polos, dos mundos, y establece un camino o paso gradual entre ellos y los hace accesibles incluso desde el punto de vista del progreso personal. En este sentido, durante esta fase, el incremento de la clase media no sólo fue un factor importante en el incremento de la producción o un progreso social en las relaciones de producción sino en las relaciones propiamente dichas a través de las anteriores y, por tanto, un factor de cohesión social, acercamiento o puente entre clases distintas y distantes. Podemos decir que dos sociedades, una con una clase media extensa y otra con dos polos separados, son dos sociedades diametralmente distintas u opuestas, y que la primera representa un ejemplo de sociedad en desarrollo basado en la cohesión social, y ésta, en el acercamiento de intereses y acceso a oportunidades, mientras que en las sociedades en las que se produce un salto insalvable entre los polos los individuos buscan métodos alternativos y poco lícitos de alcanzar el éxito y salvar la distancia.
Esta fase del desarrollo se ha establecido sobre la base del aumento de los ingresos, del beneficio, del plus-producto del trabajo, de la expansión, porque el desarrollo de las máquinas lo permitían, y permitía el parejo perfeccionamiento instrumental de los que las manejan y su desarrollo social. El desarrollo de esta clase media, tanto en cantidad como en calidad se produce por el propio imperativo del desarrollo, por la necesidad de una clase obrera, primero capaz y luego técnica o especializada, para el sistema productivo. Ya durante la revolución preindustrial la sociedad, y la industria como precursora de su desarrollo, supo que necesitaba de una determinada mano de obra para su impulso y la encontró (donde se empezó a cuestionar las condiciones laborales y a forjar una clase media de obreros), durante el desarrollo industrial también supo que necesitaba una mano de obra específica y la encontró (porque además había una proporcionalidad directa con el beneficio); y de la misma forma que antaño, tras las peste, hubo carestía de mano de obra y se encareció ésta, así, los operadores de sistemas se incorporaron en masa, gracias a este plus de cualificación y necesidad, en el último estadio de la mecanización tecnológica.

B2. Genealogía de la proporcionalidad inversa

Más desarrollo económico implica menos desarrollo social. Se había alcanzado un punto de equilibrio sobre el que —sin ser perfecto— se podría plantear un salto cualitativo. Era un punto de equilibrio porque si bien existían estamentos deprimidos como base del desarrollo se había forjado una extensa clase media como consecuencia del último estadio de la revolución industrial —digamos postindustrial y tecnológica— y algunas de los parámetros se situaban en un punto intermedio, idóneo para establecer un rumbo concreto y una estrategia social de crecimiento y desarrollo. Esto quiere decir que en todos los órdenes se había situado el punto de funcionamiento en una zona activa, y de forma particular quiere decir que cada unos de los sectores era dueño de lo que tenía que ser dueño por derecho: los trabajadores, de su trabajo, los padres, de la educación de sus hijos, las personas, en general, de una parte importante de su tiempo y dueños de unas expectativas. La bipolaridad política que arrancó con el marxismo y que dio, junto con las revueltas populares, a la socialización del bienestar, llegó mediante la intervención del Estado —de acuerdo con la fórmula Keynesiana y determinadas políticas económicas y fiscales— a una cierta distribución de la riqueza. A partir de ahí, lejos de alcanzarse una estructura firme o punto inamovible y razonablemente aceptable de bienestar y de desarrollo, se entra en otra fase que presenta los logros del pasado, de toda la historia, como meros elementos circunstanciales con fecha de caducidad y el desarrollo social como cuestión secundaria del desarrollo general: … el capital encontró un tesoro de monedas de oro y llenó sus alforjas con él y cuando ya no pudo más se llenó los bolsillos, y luego los bolsillos de los que estaban allí e iniciaron un camino conjunto de peregrinación… pero he aquí que, cuando llegaron al destino y se olvidaron de la penuria común y de la fatiga, del oro sólo quedó un único dueño.
Las necesidades son distintas en cada fase de desarrollo por lo que en cada una nueva el capital tiene que iniciar un proceso de ajuste de la configuración vigente, esto es, de desmantelamiento de las condiciones anteriores y la constitución de otras de acuerdo con la nueva realidad. No sólo son otras las necesidades sino las circunstancias.
Esta nueva fase tiene en principio los mismos mecanismos característicos, puesto que la evolución social, el desarrollo informático, es una extensión del desarrollo industrial, postindustrial y técnico para los que se precisa una mano especializada, tanto o más, que se constituye como nueva clase media, más específica, o Base mediadora (Fm), pero hay dos elementos relacionados que hacen de la situación una situación distinta.
Uno, que se procede a la supresión de la clase anterior y su funcionalidad o, por decirlo mejor, a la supresión de una a través de la supresión de la otra, puesto que esto se hace posible porque en la última fase de mecanización de los procesos y desarrollo informático no sólo se mecaniza la parte instrumental de los mismos sino la parte lógica que hasta el momento se venían realizando mediante las distintas especialidades: ahora el conocimiento derivado de esas especialidades se puede mecanizar en un determinado paquete software. De esta forma, la masa social del primer mundo, salvo para esos sectores concretos, desempeña en virtud del avance técnico una funcionalidad anodina, desespecializada o inespecífica, y en proceso de síntesis y empobrecimiento, por la que no se precisa un gran conocimiento, tan sólo seguir una determinada operativa, procedimiento o metodología regulada por los primeros; quedando reducida a una masa homogénea totalmente intercambiable respecto de la tarea. En este sentido se lleva al extremo distante a sectores tradicionalmente especializados mediante la mecanización y la sujeción de las tareas a procedimiento, que si bien liberan del error hacen de estos profesionales unos meros despachadores: el cometido del médico,  por caso, dentro del sistema sanitario, con directivas encaminadas a delegar determinadas tareas en el personal auxiliar (que los enfermeros puedan prescribir recetas), en lo que representa un ejemplo, pero sólo un ejemplo, de cómo se banaliza el conocimiento, o, en otro caso, la aplicación de un protocolo de actuación.
Otro, que esta Base virtual (sector técnico-científico) no repercute suficientemente en el factor de amplificación (en el flujo resultante) porque está conformada por una pequeña masa social, es de débil aportación de Base (Fm) y, lo que es aun más problemático, no puede establecer un escalón real o significativo entre los otros dos grupos sociales, por lo que estos quedan nuevamente disgregados, dando lugar, finalmente, a la bipolarización del tejido social, o bipartición del mismo, y, por tanto, al subdesarrollo y a la debilidad sistémica o endógena.
El desarrollo de estos dos elementos diferenciales se apoya en una única realidad o idea: en la revolución tecnológica ulterior el avance de las máquinas no ha ido pareja al de los manipuladores de las máquinas.
En efecto, el capitalismo en la fase industrial de proporcionalidad directa tenía dos características respecto a la técnica, una que la misma y su aprendizaje se desarrollan a la par, otra que esto acontece para el conjunto de la clase obrera. Tal como escribe Kovaliov:

Es cierto que los propietarios de esclavos se esforzaban por elevar la calificación profesional de sus esclavos… Sin embargo esta educación sólo se relacionaba con una cantidad muy restringida de esclavos… El cuadro aquí es muy diferente del que presenta el capitalismo, en el cual la clase obrera se desarrolla, en su conjunto, al mismo tiempo que la técnica de producción.
Ni una cosa ni otra suceden en la fase actual de proporcionalidad inversa, ni se da, por tanto, el hecho participativo de cohesión.

El desarrollo tiene que hacer participar, y participar de los beneficios del mismo, a toda la sociedad de forma global y de forma individual, y, así, establecer un sector amplio beneficiario mediante la integración uno a uno de todos los individuos en el proyecto social, y certificar que buena parte de la plusvalía de su trabajo si no va en su beneficio al menos va aplicado al desarrollo social y no para otro particular. La enajenación, que es dejar de ser dueño de las cosas que, por defecto, se es, tiene dos componentes, una la del tiempo u ocupación en el mismo, es decir, la de la idea de ser usados, y otra la de la utilidad económica que se deriva, y que hace que la primera sea más sangrante.
El desarrollo social derivado del económico y del progreso tecnológico-informático no sólo tiene que utilizar —o tendría que utilizar de acuerdo con la proporcionalidad directa— un segmento social cada vez más especializado sino que tiene que ser lo suficientemente amplio para formar un tejido social intermedio que es la única forma de socializar el bienestar (al establecer un escalón suficientemente amplio y estable entre la pobreza y la riqueza), garantizar el flujo y mantener el crecimiento. Una vez debilitado el flujo, éste sólo se puede garantizar a través del incremento de la bipolaridad económica, y esto último, dado que el máximo está fijado por las propias posibilidades del sistema (sólo es factible en épocas de expansión), llevando a uno de los polos a la pobreza y, lo que es peor, a la insignificancia social.
Aquí es donde se pone de manifiesto el citado mecanismo de la bipolarización del tejido social que se corresponde, para una zona de débil flujo mediador (Fm), con el respaldo de silla del efecto transistor, esto es, con la zona de avalancha para un débil efecto modulador, como consecuencia de que el potencial de la Base (la clase técnica) es minoritaria y muy cercana al poder político-económico.
Se produce una disminución del flujo (cayendo hacia la zona de corte) o precipitación que trata de compensarse a través de un incremento de la diferencia de potencial o bipolaridad, que, en este caso  se obtiene —caso contrario a la proporcionalidad directa—mediante una disminución de los gastos, esto es, de la carga económica del polo inferior, destinada a mantener un punto de trabajo en la zona 3 de alguna curva, es decir, en la zona de avalancha (de subida y bajada rápida), no exenta de problemas, que se traducen en crisis de superproducción; ya contempladas desde los fundamentos teóricos que lo sustentan y remarcada por el marxismo, que vaticinó su inestabilidad crónica. Así en el Manifiesto comunista:
En esas crisis se desata una epidemia social que a cualquiera de las épocas anteriores hubiera parecido absurda e inconcebible: la epidemia de la superproducción…. ¿Y todo por qué? Porque la sociedad posee demasiada civilización, demasiados recursos, demasiada industria, demasiado comercio… ¿Cómo se sobrepone a las crisis la burguesía? De dos maneras: destruyendo violentamente una gran masa de fuerzas productivas y conquistándose nuevos mercados, a la par que procurando explotar más concienzudamente los mercados antiguos. 
Crisis que origina una disminución subsecuente del flujo, y que deriva en paro, bajada de precios, quiebra de negocios y al incremento de la bipolaridad social, etc., y que no es otra cosa que la manifestación real de las grandes subidas y bajadas por la curva de trabajo de la zona 3 como consecuencia de pequeñas variaciones del potencial entre terminales en este intervalo de gran pendiente y, en consecuencia, de incrementos y disminuciones grandes del flujo.


Podemos observar que, en realidad, el problema no está en ocupar la zona de avalancha, que a priori es de alta ganancia de flujo y, en consecuencia, de evolución social, sino en que la curva característica se corresponda con un flujo modulador débil, que se presenta como tal en recesión, lo que invita a apurar las posibilidades de crecimiento (bipolaridad) en detrimento del bienestar y, finalmente, del propio crecimiento.

Más desarrollo social implica menos desarrollo económico. Mientras que en el orden psicológico, sociológico y político se busca, pretende o, cuando menos, se alcanza por la propia exigencia del desarrollo, y el principio de civilidad, una cierta convergencia (pequeña bipolaridad), caracterizada por situarse en la zona de saturación (pareja blanda, democracia, etc.), ésta se presenta impracticable para el desarrollo económico o, por decirlo mejor, se evita como contrario a este desarrollo y, en consecuencia, no ha lugar para la convergencia.
¿Por qué se evita y es problemático? Dicho de otra manera, ¿por qué se presenta la bipolaridad económica, aunque dé lugar al subdesarrollo social, como inevitable? Se presenta como inevitable porque tenemos necesidad de establecer una determinada cuota de crecimiento y porque, como dijimos, en nuestra sociedad el crecimiento económico ha surgido —es su fundamento— de algún tipo de desigualdad. Vemos que, según para quién o para qué, la desigualdad no es un problema sino una solución.
Este mecanismo ha servido en las etapas de subsistencia porque la única forma de crear corrientes era mediante el mecanismos de la bipolaridad y esto, en ese tiempo, mediante el movimiento y la aglutinación arbitraria de la riqueza; y posible, de igual manera, en las primeras etapas de bienestar, porque los artículos tenían de una forma más natural ese valor añadido que origina la diferencia de potencial, y un tránsito proporcional.
Pero no sirve en la sociedad del bienestar porque en la sociedad del bienestar los productos se instalan con rapidez, esto es, que cualquier diferencia de potencial (ddp) queda anulada (se disipa) con la primera oleada de flujo con lo que la plusvalía nacida de la innovación o de la productividad derivada del desarrollo técnico queda amortizada en breve como consecuencia, además, del fenómeno de la globalización, y el de la conexión de dos mundos (el primer mundo y el tercer mundo) y la difusión económica y multilateral de las mercancías entre uno y otro (con estructuras establecidas en el tercer mundo o incluso inexistentes que operan sobre los gastos de inversión, transporte, publicidad, y sobre los de mano de obra de los productos, que los lleva a mínimos, en definitiva sobre los costes de producción, que las empresas por un lado buscan y por otro se encuentran). Pero también por otros factores del desarrollo que reducen la bipolaridad económica o tratan de reducirla como es la propia enajenación o que simplemente la reducen, como es el propio bienestar (subida de sueldos, servicios, etc.), por elevación del polo inferior y de acuerdo con la relación establecida por la ecuación entre las dos variables.

La inversión como tal. Por la ecuación vimos que para la proporcionalidad inversa (para un valor fijo P), el aumento de crecimiento económico va en detrimento del desarrollo social, y por la ecuación podemos ver que el desarrollo social va en detrimento del crecimiento económico, en esta misma proporcionalidad; estableciéndose un circulo vicioso entre esa forma de crecimiento y subdesarrollo.
Hemos visto también, en correspondencia con el del efecto transistor, el comportamiento para los casos en los que se entra en avalancha, que da cuenta del sostenimiento forzado del flujo y del crecimiento económico mediante un aumento de la bipolaridad en la zona inestable, y el consecuente debilitamiento de los elementos del bienestar o un ataque continuo al mismo, pero, ¿dónde encontramos en el comportamiento del transistor el proceso de inversión?
La relación entre las distintas proporcionalidades y el comportamiento de las curvas radica, en una primera aproximación, en la posibilidad de mantener o no el flujo económico asociado al crecimiento o de recuperarlo sin hacer estragos en el tejido social, y esto en valor de la Base o flujo mediador (que define las distintas pendientes de avalancha o precipitación), pero reside, en último término, en que se invierta la pendiente del flujo o desarrollo social en dicho proceso.
En consecuencia, podemos decir que si bien el crecimiento desmesurado de la zona de avalancha ya apunta a formas de subdesarrollo caracterizadas por la pérdida (bipolarización) del tejido social, es en el punto de inflexión de la curva de potencia (sea el 1,2,3 o el 4) cuando se radicaliza y se pone verdaderamente de manifiesto.


Otra forma, por tanto, de haber realizado la pregunta anterior, es: ¿qué ocurre si por la pendiente de la curva se sobrepasa el punto de inflexión, y, en consecuencia, qué sentido tiene? Que nos lleva a la reflexión y a la comprensión pretendida y en sentido estricto del proceso de inversión.
En efecto, es a partir del punto de inflexión cuando se radicaliza la situación porque es aquí cuando las medidas tomadas para recuperar la economía empiezan a ser contraproducentes puesto que un aumento de la ddP da lugar a una disminución del flujo (Fd) de acuerdo con el recorrido de la curva de potencia y la condición (2), A*S=P, en plena correspondencia con la ya vista entre la potencia máxima, la ddp y el flujo, (ddP)*(Fd)=Pmax. Consecuentemente, de acuerdo con dicha condición, para cada potencia y para cada intensidad de Base tendremos un punto de inflexión y un cambio de tendencia entre crecimiento económico y desarrollo social o de proporcionalidad entre ambos, y un diente de sierra o forma piramidal totalmente análoga a la ya vista.
 

Siendo este cambio de tendencia imperceptible en las inmediaciones del mismo, es decir, que una vez alcanzado el punto B no sabremos con seguridad si vuelve hacia el 1 o evoluciona hacia el 2 (puesto que presenta valores similares para el resto de las variables), lo que en la práctica implica que no seamos capaces de decir si la función es creciente (proporcionalidad directa) o decreciente (proporcionalidad inversa) o discriminar entre una y otra situación sin un análisis detallado o evolución posterior, o que no sepamos ni siquiera si una vez alcanzado un supuesto máximo este se corresponde o no con un punto de inflexión.
Siendo este cambio imperceptible también lo puede ser la distinción entre una regresión social asociada a los vaivenes sobre la curva de avalancha (primera aproximación) y la regresión social ocasional que se produce de esta otra forma tras la inversión de la proporcionalidad, que da lugar a crisis sistémicas o un deterioro notable de todo lo que representa a la sociedad del bienestar.
Si tomamos dos curvas características X e Y, y amplificamos el comportamiento, veremos más claramente a qué nos lleva esta última situación, o cómo se da. La cuestión es que el punto 2 no sólo es el punto de bajada en la cresta de la curva característica Y, sino que es el punto de subida de la curva característica X, de menor flujo, donde encuentra ésta su potencia máxima, por lo que a partir del mismo puede seguir esta última forma.


Dicho de otra manera, puesto que todas las curvas características intersecan con la curva de potencia máxima, que es la que verdaderamente define las posibilidades del sistema, puede ocurrir que subamos por una curva característica y que (puesto que el aumento de bipolaridad nos obliga a bajar por la curva de potencia de un punto a otro) bajemos por otra, esto es, que el sistema recupere la proporcionalidad directa y con ella la aparente normalidad, puesto que lo hace con el flujo y las posibilidades mermadas. En este caso, igual que no supimos decir si estábamos en el punto 1 o el 2, de forma análoga no sabríamos decir si estamos en la curva Y o X, aunque más tarde su desarrollo nos dé signos inequívocos.
Podremos tener una representación de la ecuación de desarrollo, esto es, una identidad entre la misma y la curva característica del transistor, si identificamos el flujo IC con el desarrollo social S y el incremento de VCE con el crecimiento A, que podemos desglosar en dos partes, la que permanece prácticamente invariable en toda la zona activa (sobre un valor β referencia), y la que no, que caracteriza propiamente al crecimiento sobre esta referencia (tenemos que aclarar que la primera parte viene determinada de forma exacta por la propia ecuación de la curva característica, que da cuenta exacta de cada punto, en tanto que la segunda lo está por el efecto avalancha, sujeto a la condición (2) como condición de contorno).
La condición (1) podemos ponerla, por tanto, de forma más genérica como S=α(A+β)=αA+αβ =αA+T (es, decir, le damos un sentido a T), en tanto que la (2) es (A+β)*SP.
En este caso, tendremos que conforme aumenta VCE, crece IC por la curva característica Y hasta que llega a la potencia máxima, donde se cumple que (A+β)*S=P, esto es, VCE * IC = PMax , que podemos poner en una forma análoga a la anterior [(VCE –VY )+ VY]= (∆VCE + VY) * IC = PMax. Hasta este punto tendremos un bienestar T caracterizado por el nivel de referencia de IC para la zona activa (T1), que cumple S1=αA+T1, esto es, IC = α ∆VCE + αVY.

A partir de aquí, si sigue aumentando ∆VCE, decrece IC por (2). Esto supone trasladarse por las diferentes curvas características de las correspondientes intensidades, hasta situarse en una curva de valor inferior IC (punto 2) y peor valor de referencia para la zona activa por la condición (1), donde se sigue cumpliendo que IC = α ∆VCE +T,  y con ella el diferencial  de corriente IC -T=α∆VCE, o de forma equivalente el de riqueza (y evolución social), S-T=αA, pero para unos nuevos valores de S2 y T2. En consecuencia aumentamos el diferencial sobre la riqueza base (αA2 frente a αA1), pero con una desarrollo global inferior (S), para un peor bienestar (T) y una peor riqueza base (Vx frente a VY)
Se pone de manifiesto, definitivamente, la inversión de la curva de desarrollo social respecto al desarrollo económico, y que el umbral o punto de inflexión no es una cuestión hipotética sino una verdadera condición establecida entre dos funciones monótonas cuando una tiende al máximo otra al mínimo (o es deseable), y una es función del crecimiento de la otra y ésta, de la disminución de la primera.


C. De hecho accidental a hecho causal (9ª entrega).

Resumen. Hay razones objetivas que hacen disminuir el crecimiento y el desarrollo mediante el proceso descrito, y razones subjetivas. Por encima de esto, hay unas tendencias naturales en un sentido (el de la convergencia) y otras que tratan de contraponerse a las primeras por puro instinto de conservación y oposición (sin hablar del afán de lucro y otros).
Esta oposición se traduce en el empeño de mantener la distancia entre polos o alejarlos, y esto, no pudiendo actuar sobre el superior por estar en recesión, en llevar al polo inferior a posiciones inferiores mediante diferentes procesos, entre los que cabe citar la subcontratación, la adhesión del tercer mundo al nuestro (migraciones), orientados todos ellos a establecer una referencia más baja.
Estos mecanismos dejan de ser daños colaterales del desarrollo para convertirse en herramientas del subdesarrollo, esto es, dejan de ser efectos para ser un fin en sí mismo y en prácticas habituales orquestadas desde el liberalismo para quitarse de un plumazo no solo la carga coyuntural (de esta o aquella crisis) sino toda la carga sistémica acumulada en decenios de desarrollo, y, lo que es peor, presentadas como soluciones críticas.

Hemos visto que, además de la debilidad endógena, el propio desarrollo social (despolarización) afecta a las posibilidades de crecimiento porque minora la bipolaridad económica, por la convergencia del propio bienestar y por la rápida difusión de los productos como efecto de la globalización y otros factores, lo que induce en aras del crecimiento económico al intento de mantener la bipolaridad o, por decirlo mejor, de forzarla mediante otros medios contrarios al desarrollo (como mantener el diferencial suprimiendo condiciones laborales) y la paz social y política, lo que deja de ser un comportamiento accidental para convertirse en hecho causal. Por ejemplo, la globalización y la conexión del primer y tercer mundo, que estamos tratando, disminuyen la bipolaridad económica a través de los márgenes y los precios, lo que supuestamente tendría que incrementar el desarrollo social (de acuerdo además con la convergencia), pero dado que la bipolaridad económica trata de mantenerse en unos valores que posibiliten el crecimiento dicho desarrollo social se amortiza mediante la bipolarización del tejido social que se materializa en la adhesión del tercer mundo al polo inferior de la sociedad (por un mero mecanismo de difusión si se le da ese grado de libertad) o, por decirlo mejor, en el acercamiento de ese polo a las condiciones de precariedad de la masa del tercer mundo recién adherida, es decir, mediante los medios contrarios al desarrollo que hemos referido, que, lejos de ser fortuitos, persiguen este fin.
Es por esto que no podemos hablar de una mera secuencia de acontecimientos económicos ingobernables o hechos improvisados, fruto de la coyuntura social y económica, sino de una, bien perpetrada, dirigida y encaminada en la misma dirección, esto es, de políticas económicas, orientadas, todas, a restituir el flujo o su potencialidad mediante el aumento de la bipolaridad y esto mediante la sustracción del fruto del desarrollo, los beneficios sociales, a todos aquéllos que no forman parte activa de él o no tienen aportaciones imprescindibles o insustituibles. De esta forma toda una serie de derechos consolidados por la clase trabajadora, sueldos, jubilaciones, marco laboral y limitaciones en el desempeño se ven abocadas, de acuerdo con el nuevo carácter prescindible y desespecializado de la tarea, a ser abolidas y sin efecto, y, encuadradas en un marco social de crisis (y del marco mundial expuesto, globalización, etc.), a serlo sin justificación adicional; así como de toda una serie de componentes menos visibles y comportamientos en el marco laboral, de hecho o por derecho, que cambian las relaciones laborales y ahondan en la consecución y consolidación de esta idea, es decir, un nuevo status quo por el que se disponga del trabajador para realizar todo, durante todo el tiempo y en cualquier lugar, materializado en disposiciones como la movilidad geográfica, funcional y ampliación de la jornada laboral legalmente permitida, en curso o en vías de implantación; y todo ello al menor coste posible.
Actualmente, todo lo que se contrata o subcontrata se efectúa mediante jornadas abusivas, con total disposición espacial y temporal que adecenta, mediante el mecanismo de la percepción variable, un salario mínimo, que es el que verdaderamente sirve como base reguladora de contingencias, por lo que la situación no es de incentivo sino de sueldo cautivo, que no contabiliza a efectos de pago al Estado y que, consecuentemente, no da lugar a prestaciones. Si no se puede contratar legalmente con estas condiciones, se subcontrata. Así, mientras que con el mecanismo de la subida de precios se incrementa el beneficio y se aumenta la bipolaridad a través del el polo superior y el distanciamiento con los salarios (expansión), el mecanismo de la subcontratación da lugar a una bajada en espiral de las condiciones de contratación, tanto económicas como laborales, y, consecuentemente, a un aumento de la bipolaridad a través de un decremento del polo inferior o e sus regiones colindantes. Este mecanismo no sólo condiciona la vida laboral sino su duración pues, al margen de las sucesivas medidas encaminadas a fortalecer o incrementar la bipolaridad y preservar el flujo, esto es, a relativizar las prestaciones, deteriora las posibilidades de acumulación de riqueza y las de disponer de una cobertura superior a la pensión no contributiva ni en los primeros años de jubilación (que, por otra parte, se trata de implantar en las clases medias mediante los fondos de pensiones, esquilmando el ahorro, a la par que crea un corte del tejido social sobre la base de este hecho diferencial), lo que necesariamente tendrá que ser compensado mediante un alargamiento de la vida laboral. Así, cualquier política encaminada a prolongarla no sólo condiciona la vida laboral sino, como consecuencia de su duración, la vida no laboral y propiamente la vida, que, pese a esto, será leída desde la óptica de la necesidad por el legislador y por un amplio sector mileurista abocado, en caso contrario, a mantener alguna fuente de ingresos alternativa basada en la precariedad. Por otra parte, cualquier medida encaminada a mantener el flujo, pese a deteriorar el desarrollo social, tendrá un efecto revitalizador inmediato que deriva de la ecuación de desarrollo, S= αA+T (menos T, implica más αA para el mismo S), lo que revalidará la descripción teórica de su aplicación con el comportamiento de los mercados, que enmascara su efecto perverso, es decir, la ecuación de desarrollo conduce a la alteración de un parámetro (el crecimiento) mediante la modificación de otro (las condiciones sociales) que induce a pensar que tales ajustes son los adecuados del estadista.


D. Hacia unas nuevas relaciones de producción (10ª entrega)

Resumen. El proceso de síntesis o desespecialización es contrario al de división del trabajo que se ha venido dando desde el neolítico, y lleva aparejado la pérdida de todas las prerrogativas derivadas de ésta. Lleva aparejado unas nuevas relaciones de producción. La clave está en la posibilidad que ha tenido el capital de superar la servidumbre al conocimiento, a su avance o a la ubicación dispersa del mismo. Desde el punto de vista de la transformación social, la clave está sustentada en el ascenso de una clase supertécnica y minoritaria (formas secundarias) como nuevo paradigma de grupo emergente y el desplazamiento o desmantelamiento de toda la clase media, hasta entonces primordial. Desde el punto de vista de la sostenibilidad, la clave está en la incapacidad que tiene ese grupo emergente para constituirse en una masa social apreciable, esto es, en un claro puente entre los dos polos extremos, lo que da lugar a una nueva forma de bipolarización social que nos recuerda a formas preindustriales, salvo por la potencia y las posibilidades de control del polo dominante.

El capital quiere multifuncionalidad o disponibilidad funcional (ya que no precisa  de esta especialización), disponibilidad geográfica y disponibilidad temporal, empujando, como causa o efecto, a la ocupación total y a la máxima actividad o producción. Este proceso de síntesis es contrario a la división del trabajo que se inicio con la revolución del neolítico y lleva aparejado la pérdida de todas las prerrogativas derivada de ésta, y la necesidad o imposición de unas nuevas relaciones de producción. Podemos decir en este sentido que el proceso de desarrollo social es el proceso de sometimiento —por la productividad— de las clases dominantes al conocimiento (las posibilidades de hacer) y a la voluntad (de querer hacer) y su posterior liberación por causas técnicas. Esto quiere decir que históricamente todo el desarrollo social ha estado supeditado al económico salvo en la última parte de nuestra Historia en la que, en buena medida, ha sido al revés, porque el desarrollo económico ha estado supeditado al avance del conocimiento y del manejo especializado y generalizado de las maquinas, y, aquí nos vemos que ahora, como consecuencia de la tecnificación (superespecialización), el capital está consiguiendo desasirse o desprenderse de esta servidumbre, y con ella de toda dependencia, primero empresarial y luego social y política, lo que le constituye en un nuevo poder no ya económico, que lo era, sino político: en un nuevo polo.
Al respecto, Herbert Marcuse escribió:

La productividad y el crecimiento potencial de este sistema estabilizan la sociedad y contienen el progreso técnico dentro del marco de la dominación. La razón tecnológica se ha hecho razón política.
Y con ese nuevo polo, y como suele ser habitual, unas nuevas relaciones de producción como una nueva forma o estadio del desarrollo, es decir, una forma particular —de acuerdo con los preceptos marxistas, y aunque parezca un contrasentido— de revolución social.

Respecto a quién puede liderar la revolución, Herbert Marcuse escribió:

Sus herederos históricos serían más bien los estratos que, de manera consciente, ocupan posiciones de control en el proceso social de la producción y que pueden detenerlo con mayor facilidad: los sabios, los técnicos, los especialistas, los ingenieros, etc. Pero no son más que herederos muy potenciales y muy teóricos puesto que al mismo tiempo son los beneficiarios bien remunerados y satisfechos del sistema.

Vemos que lejos de ser los herederos históricos de la revolución son los artífices de la contra, o de una fórmula inesperada de la misma.
La transformación de las relaciones de producción habidas hasta la actualidad ha seguido un proceso —ya descrito— centrado en la relación entre una clase dominante y otra en ascenso. En este caso la clase ascendente es la ya dominante económicamente y su lucha no es otra que la revalidación de su hegemonía, que perdió en parte con motivo de las revoluciones sociales, y su desarrollo (Estadio-5).

La cultura de clase (que se constituyó como resistencia) sujetó inicialmente el afán burgués (este había sido el juego de los Estadios-3/3a hasta que se llegó a una solución de compromiso del Estadio-3b que evolucionó hasta el Estadio-5), pero pasado ese tiempo ya no sirvió para sujetarlo y se inició una segunda revolución burguesa y liberal, toda vez que las fuerzas políticas que encarnaron dicha resistencia estaban y están entregadas al desarrollo de otros aspectos de la socialización relacionadas con un cierto orden social, es decir, estaban perfectamente integrada como socialdemocracias. Esto se ve claramente si tomamos en consideración que con el movimiento de la masa social hacia el polo inferior no sólo se acumula en el mismo sino que se diluye ese polo intermedio cercano y la posibilidad de que florezca cualquier grupo emergente, siendo esto uno de los elementos claves para la pervivencia del poder.
En este sentido, podemos pensar que ciertos usos del poder son inaplicables o que serían claramente inasumibles, que no se ajustan a una posible realidad, pero lo cierto es que durante algún tiempo, en toda Europa, toda una población estuvo bajo el yugo de un solo hombre y que si fue así fue porque no pudo ser de otra manera, porque unos no podían liberarse de una situación alimentada por otros. Gradualmente se crea una situación y se destruyen las posibilidades de luchar contra ella. Este es el caso el Estadio-4 y del Estadio-7, es decir, de cualquier dictadura: la supresión de los elementos intermedios que hagan imposible el tránsito. Al Estadio-3b se llegó a partir de los Estadios-3/3a a pesar de pasar por el Estadio-4, precisamente por estar presente una liberalidad progresista/conservadora sin solución de continuidad, en cambio, el Estadio-7 se instaló un poder aislado e inaccesible.

Esta separación de polos y, por tanto, de aislamiento del polo representativo del poder, es el que se está dando paulatinamente desde el Estadio-5 mediante la confluencia del poder político-económico y la divergencia del tejido social, sembrándose también paulatinamente la posibilidad de establecer una configuración dictatorial, esto es, una que establezca el avance social sobre criterios particulares (los económicos), sin posibilidad, por la inexistencia de un polo intermedio, de generar otros que le hagan frente. En efecto, la burguesía en su desarrollo había arrastrado a las clases desfavorecidas en un sentido ascendente, al proletariado, hasta el punto de asemejarse éste a una pequeña burguesía (y a esto le llamamos desarrollo social), pero es la hora en la que en el último empujón, la burguesía quiere llevar a su sitio a los circunstanciales compañeros de viaje y, sin embargo —no olvidemos que cada revolución estuvo presidida por la calamidad, los anhelos y el empuje de las clases desfavorecidas—, motores de su progreso.
En realidad, este es el motivo por el cual no hablamos de lucha de clases hasta la lucha de la burguesía con el proletariado porque es aquí donde desde el principio (la Ilustración) se evidencia este comportamiento antagónico, beligerante y desleal, que invierte su prioridad y se ocupa más en separarse de la clase deprimida que en acercarse —tal como había hecho hasta entonces y esa era su lucha— de la predominante.

Cada polo obedece a un tipo de supervivencia. Esto ha sido así desde siempre, y lo fue en la Ilustración para todo el liberalismo y todo su ideario ideológico que mostraba tanto empeño en acercarse al polo superior como de apartarse del inferior o impedir que éste se acercarse a él, por lo que la consigna de igualdad era de ellos con respecto a los que le sobrepasaban en derechos y nada más, la de libertad era la necesaria para desarrollar sus negocios por parte de quienes lo tenían.

Tanto es así que ya en el periodo inicial de La Revolución francesa, la Asamblea Nacional Constituyente guardó mucho cuidado en no eliminar las prerrogativas reales, prohibir las asociaciones de pequeños empresarios trabajadores y establecer elecciones mediante sufragio censitario limitado a los ciudadanos con un cierto nivel de renta que impedía el acceso a la política a la clases humildes, es decir, que la burguesía tan afanosa estaba en reprimir las conspiraciones absolutistas como las demandas populares; razón por la cual se radicalizó la revolución, hasta que finalmente se instauró el Directorio conformado por la burguesía más conservadora, esto es, más reacia al avance popular, que sofocó las revueltas, para dar paso finalmente al golpe de Estado de Napoleón.

Más tarde, cuando Napoleón fue derrotado y se inició el proceso de restauración a partir del congreso de Viena, esto es, la vuelta, en mayor o menor medida, a las formas absolutistas del Antiguo Régimen (1814-5), y se inició un nuevo proceso de revolución (1820-24-30) que concluyó con una monarquía constitucional en Francia, ésta se consolidó en torno a la gran burguesía propietaria y una aristocracia aburguesada, o élite que, una vez más, prohibía el derecho de asociación y preconizaba el sufragio censatario; razón por la cual, junto con el deterioro de las condiciones laborales, se volvió a radicalizar la revolución (1848); proclamándose la República. Esta revolución conjunta entre burguesía liberal y proletariado en febrero dio lugar a un gobierno conservador en junio que, una vez más, se volvió contra el proletariado y sus logros, siendo finalmente sofocada; proclamándose en la figura de Napoleón III el Segundo Imperio, si bien que el germen de la revolución y la de unos verdaderos ideales democráticos habían prendido por toda Europa.

Se evidencia que todo el proceso lleva un hilo conductor y una intencionalidad histórica, siendo ésta, por tanto, la puesta en escena final del proceso, la de unas fuerzas que llevaban empujando en una dirección y sentando las bases seguramente desde mucho antes (el término de la 2ª guerra) y que no se había puesto de manifiesto hasta entonces porque se estaba gestando y porque se precisaba focalizarlas de una forma determinada (en la reconstrucción de Europa); acompañándose de los citados logros o cotas de evolución social y desarrollo tecnológico. La tecnificación, globalización, comunicación de todos los mundos, etc. sólo puede devenir en un paulatino deterioro de relaciones de producción sin resistencia posible, es decir, que mientras que en un sentido —el de la proporcionalidad directa— la Historia ha avanzado por una continua lucha de clases, en el sentido contrario lo hace por dejación o supresión de las barreras. En un sentido es un proceso contra gradiente, una conquista, en el otro es a favor de gradiente, por difusión, porque es a la situación de abandono o desorden a la que tiende el sistema si lo dejamos que evolucione libremente, esto es, el ejercicio libre del poder sin cortapisas sociales, legales o morales; el diente de sierra representa los dos estados, en uno el incremento de la ddP da lugar a un incremento del flujo dinámico, mientras que en el otro el incremento de ddP lleva aparejada de forma natural la caída del flujo.

Esto nos llevaría a una forma preindustrial de las relaciones y no a otra anterior (ya es algo), puesto que,  en principio, todo el tejido estructural del comercio está útil —si bien es cierto que incluso esta barrera de contención está debilitada por las multinacionales y los centros de logística y distribución—, manteniendo una parte importante de la clase media; y dado que, además, el proceso de desarrollo social no es esencialmente reversible, puesto que no puede volver al origen en todos sus componentes, no lo precisa o, dicho de otra manera, sólo lo precisa para algunos de ellos. No es totalmente reversible porque hasta llegar al punto de inflexión las dos variables del crecimiento eran crecientes y desde el mismo una lo sigue siendo y otra no, en consecuencia realmente no es el camino hacia una sociedad preindustrial sino a una tecnocrática, esto es, una que para el polo superior tiene un carácter diferente pero para el inferior puede tomar la forma del pasado. Una de ellas (la de la evolución social) sabemos hacia dónde tiende, la cuestión es conocer hacia dónde tiende la otra y qué valor puede llegar a alcanzar, en función del valor de la primera y del umbral (de acuerdo a la forma piramidal y al carácter bivaluado de la función) o propiamente de la dependencia entre ellas.

E. Límite del proceso de inversión (11ª entrega)

Resumen. Una vez que vemos constatado el proceso de regresión social, la pregunta es dónde radica el límite teórico del mismo. Podemos apreciar que no existe tal límite y que la realidad se nutre de la necesidad coyuntural y de un determinado marco jurídico que la avala y que propicia nuevas transformaciones orientadas en el mismo sentido, y que fenómenos como el servilismo, la dependencia o la esclavitud no son tan extraños ni tan imposibles de alcanzar por este mecanismo. Cuando la masa trabajadora pierde totalmente el dominio sobre los medios de producción, y estos son escasos, ¿qué tiene que hacer para alcanzar cuando menos la subsistencia?
Esa es la circunstancia, no es tan extraña a nuestra realidad, por lo que sólo queda habilitar vías de escape a la desesperación personal, poniéndose de manifiesto que ahora, como ya en estadios anteriores, no tiene que ser necesariamente un fenómeno impuesto sino más bien uno que venga acompañado de una demanda social o una respuesta a esa desesperación.

El límite para alcanzar un nivel alto en uno de los factores (crecimiento) es el de la posibilidad de alcanzar otro bajo (desarrollo) en el otro, y la necesidad de hacerlo. Hemos dicho que uno de los factores es la necesidad de hacerlo, pero ¿cuál es la verdadera necesidad (además de corregir de manera apremiante la disminución del flujo), si es indistinto que la servidumbre surja del subdesarrollo y de un déficit de oferta (subsistencia), de la optimización de los mecanismos de producción o de una crisis de superproducción? La posibilidad ya hemos visto que está en manos de las posibilidades técnicas, la necesidad es la urgencia de dar solución a alguna demanda aparentemente más apremiante, que incluso puede ser —en virtud de las circunstancias subjetivas y objetivos (demografía envejecimiento, etc.) o de la propia dinámica social—, inexcusable: la forma actual de relación es actual porque la anterior es inservible y porque otra diferente más restrictiva desde la óptica del desarrollo es todavía inviable e innecesaria. En consecuencia, no hay límite, una sociedad a tenor de las circunstancias camina hacia donde tiene que caminar, y un político —más o menos siempre ha sido así— toma las decisiones que tiene que tomar para hacerlo.
La cuestión es la pendiente y la previsión de futuro, esto es, la velocidad de cambio, y la estimación del nivel de deterioro social alcanzable en virtud de nuestro estado actual. La bipolarización del tejido social, ha dado lugar al empobrecimiento de uno de sus polos y a un concepto de disponibilidad y libertad de uno de ellos, y esto, tal como dijimos al principio, al de la calidad de la ocupación; y, por otro lado, al de la cantidad del plus-producto del trabajo que queda libre una vez que sustraemos aquella que necesitamos para la supervivencia, y cuánto del mismo, dado que tiene una rentabilidad implícita mediante el uso de las máquinas o aplicaciones informáticas, es devuelto bien de forma económica o de desarrollo social. Este polo es desprovisto poco a poco de los frutos del desarrollo y de las herramientas de desarrollo (aprovechando además que ya hay todo un tercer mundo carente de ellas) o de los medios de producción.
Ese es el camino de la dependencia, de la subsistencia, y de la servidumbre. Podemos pensar que tal situación sería un anacronismo, una huella del pasado, pero no queda tan lejos aquella época en la que todas las posibilidades, a la sazón acentuadas por alguna calamidad, se limitaban a entrar en el círculo de influencia de una familia pudiente, se limitaban a servir, a esperar que el señor le señalase con el dedo. Servir era estar todo el día dispuesto por lo mínimo: ser usado. Sólo hay que ver cómo se relacionan S y T (desarrollo social y bienestar) para darse cuenta de que aquello que decíamos de la ocupación está relacionado con la convergencia o desarrollo social y la pérdida de dominio de cosas consustancialmente propias y ya, más concisamente, de su tiempo. Y de la servidumbre se va al vasallaje, a la esclavitud… Sólo que en este caso —recordemos que una de las posibles causas del fin de la esclavitud fue su desabaratamiento y el de su conservación— los esclavos son responsables de su propio mantenimiento; lo que nos llevaría a pensar que dos mil años de Historia sólo han servido para conseguir, respecto a las relaciones de producción, esto: que los esclavos ya no sólo fueran esclavos sino que además fueran responsables de sus propias problemáticas económicas y personales, pasando del esclavo en propiedad al esclavo en alquiler, con un coste mayor, pero menos servidumbres y más rentabilidad.
Podemos creer que tal situación sería impensable en la actualidad o en el futuro, sobre todo cuando nos viene a la memoria determinadas fórmulas nacidas de la guerra o la violencia, pero, en realidad, fuera de todo sentimentalismo, sólo era una situación de dependencia económica regulada jurídicamente, y, por tanto, sujeta a evolución o cambio mediante leyes que establecían su estando, lo que podía y no podía hacer (si se podía o no casar, si podía hacerlo con una persona libre, si podía testificar, etc.). Tan es así que tal marco jurídico, era buscado voluntariamente por hombres libres, de modo que, en algún momento de la Historia, tanto podría querer el señor hacer libre al esclavo y deshacerse de él o del vínculo de la esclavitud, como un hombre libre ser esclavo, precisamente por esto, porque la esclavitud, en una situación de penuria declarada, lo liberaba de las servidumbre de la vida: ser libre sin medios de producción es penoso; siendo ésta la razón de que a pesar de los cambios sociales se conserven ciertas conductas de otra época, y ciertos arquetipos de dependencia basados en la necesidad y el miedo.
Y esa situación era algo más, pues por la misma el señor era dueño de los medios de producción y del trabajo, y eso, le llamemos como le llamemos, es en la que está quien trabaja lo máximo (peores condiciones) por lo mínimo (la unidad de salario nacional) que incluso deteriora la relación precedente, donde se daba lo mínimo por lo mínimo (aunque su mínimo pudiera ser la unidad de supervivencia fisiológica).
El límite tiene un aspecto económico al que ya se refirió Marx.
Por eso, los gastos que supone un obrero se reducen, sobre poco más o menos, al mínimo de lo que necesita para vivir y para perpetuar su raza… Mas para poder oprimir a una clase es menester asegurarle, por lo menos, las condiciones indispensables de vida, pues de otro modo se extinguiría, y con ella su esclavizamiento.
Con la optimización de la producción (desarrollo tecnológico y mecanización) y el boom demográfico el asalariado no tiene ninguna capacidad de negociación de su salario: el capital contrata al precio que quiere, que hoy bajo ciertas presiones puede ser uno pero mañana, desasidos de ellas, otro muy distinto, o que hoy contrata y mañana no; lo que hace que el límite tenga otro aspecto que tiene que ver con la dignidad porque no sólo se favorece el abaratamiento sino la selección de un determinado perfil o desde unos determinados criterios como son la voluntariedad o la docilidad, es decir, la posibilidad de sacar unos determinados extras por el mismo precio, que crea la obligación moral de darlos, y la real, puesto que en caso contrario el individuo se puede ver automáticamente despedido. El miedo a estar sin empleo por no hacer algo más allá de lo obligado a hacer, como por ejemplo soportar el maltrato o cualquier forma moderna de violencia, llevado a efecto con herramientas tan poderosas y sangrantes como el artículo 52.d del Estatuto de los trabajadores por el que con una baja médica justificada de diez día en el periodo de dos meses el empresario está en la libertad de rescindir el contrato, se parece mucho a aquella dependencia de los esclavos, y pone de manifiesto cómo se preservan unas cuestiones domésticas a costa de sacrificar unos principios básicos recogidos incluso en la Constitución, como es el derecho a no perder la dignidad o que se la hagan perder por razones económicas, y que muchos pierden por esas razones; creando un determinado clima social de amor propio mancillado, de resignación y de insuficiencia o dependencia consentida. Aquí se pone en evidencia el punto de inflexión y la regresión social, la vulnerabilidad de los principios y la agresión de las contra-medidas sociales, la mentira de las garantías jurídicas y de la preservación de los derechos constitucionales, que es la capacidad de someter o anular a las personas en todos los ámbitos por cuestiones económicas o por el estado de necesidad.
Esa situación se da por un cúmulo de circunstancias, pero cuando se está sujeto a las circunstancias, una circunstancia más es sólo una nueva circunstancia. Eso es lo que tenemos ahora, un montón de circunstancias que llegado el momento pueden cambiar por el cambio de una de ellas y que, por esto, lo que era de una manera, y llamábamos de una forma, llega a ser de otra y ya no le podemos llamar así; y que, en conjunto, modifican nuestra forma de vida. De la misma manera, si no hay una mayor penetración o avance en esta idea es también por circunstancias, y por una condición natural que obliga a los procesos y a que su forma de desarrollarse sea paso a paso, de forma imperceptible y de lenta interiorización de la realidad, pero implacable. Por la misma en cada época los individuos asumen su plantel de obligaciones-derechos como natural y, por tanto, sin repuesta.


F. La cultura de las transformación vs la transformación de la cultura (12ª entrega)

Resumen. La pregunta puede ser ahora, no tanto hacia dónde va el proceso de regresión social como por qué, esto es, no tanto responder por la tendencia socioeconómica sino por las sociológicas que subyacen o, dicho de otro modo, por la aceptación del rol asignado y la posibilidad de auto asignarse otro que entre en confrontación con el primero y lo rompa.
 Esto tiene que ver mucho con el establecimiento de una determinada cultura y su asimilación, y con la necesidad de luchar contra algunos aspectos de esas transformaciones culturales para estar en condiciones de combatir los efectos económicos de los que venimos hablando. Ejemplos son la incorporación de la mujer al mundo laboral, pero han habido anteriormente otros, y se están implantando otros nuevos que dificultan, salvo por ciertas pinceladas de color (que las que encarnan el movimiento social actual) la posibilidad de toda reivindicación a cargo de una típica clase media.
Ya vimos que esa clase media se diluye por criterios técnicos, pero también los hace por otros culturales, en particular por otros que tienen que ver con la desintegración de la familia tradicional y su sustitución por otras fórmulas que favorecen unas determinadas relaciones de producción propicias para el capital (Aquí sólo plantearemos el problema, que trataremos profundamente cuando abordemos los Principios de verdad).
Esas relaciones de producción pueden llegar a contener la idea o la oportunidad de relación tal cual, y constituirse en esencial y prioritaria.

El proceso de evolución social nos ha llevado desde el esclavo de antaño, básicamente improductivo y sobre el que el dueño tenía muchas dependencias, puesto que estaba obligado a mantenerlo y cuidarlo, al de nueva generación (potencialmente capaz), autosostenido y de productividad prefijada o fácilmente tasable y, por otro lado, exigible, o, por decirlo mejor —dado que ya no sólo se sustrae el fruto del trabajo sino la posibilidad de ejercer un acto voluntario de oposición—, nos ha llevado a este siervo, doblemente enajenado, que mediante el desarrollo intelectual y cultural ha aprendido a asumir o hacerse cargo de sus necesidades, en lo que representa una sofisticación de la esclavitud o la dependencia y una nueva contextualización.
La modificación de las legislaciones vigentes y el modo operandi del hecho laboral no sólo van encaminados a propiciar todo esto y a acabar con el absentismo u otro tipo de resistencias sino a hacer inútil o imposible la enajenación que las alimentan, es decir, a que socialmente no tenga cabida o pueda existir una respuesta. Esto se consigue mediante la idea o la realidad de dependencia económica y personal que mengua el uso de la libertad (piénsese cuántos y cuántos asalariados no pueden hacer uso del derecho de huelga porque lleva parejo el de defraudación en la relación), y mediante una culturización social del acto empresarial que introduce y hace de uso común términos como “precariedad de la empresa” y a través de la regulación legislativa o, como dijimos, de la interiorización de la realidad social por la que llega a asumir su rol, por el mismo proceso, pero inverso, por el que se cuestiona éste y se fraguan las revoluciones sociales.
Podemos pensar que todo el proceso descrito desde la revolución industrial, principalmente, o desde el advenimiento del capitalismo o incluso el precapitalismo es casual o aislado, o que allí fue donde se pusieron en marcha este tipo de mecanismos y sus conceptos, pero no es cierto, y sí lo es que ya se fueron despejando desde antes y que pertenecen a una época histórica anterior y crucial para su desenvolvimiento con unos rasgos similares, que, como veremos, tienen el mismo esquema de revolución social, y que representa la mayor de las revoluciones: la revolución cultural. En efecto, cuando se habla de revoluciones sociales se nombran la de la burguesía, la del proletariado y, a duras penas, la transición del esclavismo al feudalismo, por ser donde se pone de manifiesto claramente —tal como hemos desarrollado— una lucha de clases y la transformación de las relaciones de producción, pero hubo una etapa menos evidente que tuvo unos elementos idénticos, que fueron los precursores de la transición al renacimiento desde un sistema claramente más primitivo, como lo era el feudal, y a la que se le da menos importancia porque fue más relevante la lucha cultural y el desarrollo humanista —acompañado de todo tipo de invenciones y descubrimiento, así como la recuperación de la cultura clásica—, que permitió el cambio del centro de las cosas, que cualquier otra lucha, pero que responde al mismo diagrama; salvando que aquí no era una determinada clase dirigente la que mantenía o propiciaba unas determinadas relaciones de producción sino un determinado tipo de pensamiento: el pensamiento teológico, que era el punto de partida de cualquier otro, háblese de economía o de jurisprudencia sobre la base de la ley de la Iglesia y el derecho canónico. Decimos que no había una clase porque, aunque este pensamiento lo encarnaba la Iglesia, era más la resistencia al cambio y el poder de la ley de Dios que el de la propia Iglesia. Tal como refiere Diana Wood en “El pensamiento económico medieval”, y se sintetiza aquí, la sociedad estaba jerarquizada en dos órdenes, el laico y el religioso. La Iglesia controlaba la vida y el ritmo de la vida y era responsable de la educación, a través de la acción pastoral, como de las cuestiones jurídicas y relaciones económicas, que iban desde las relacionadas con la propiedad hasta la recaudación del diezmo en las aldeas. Todo estaba sujeto a la jurisdicción de la Iglesia, con el Papa a la cabeza y las Cortes Eclesiásticas, y a la de los monasterios y las parroquias, que en los municipios representaban el poder local. A pesar de toda la riqueza —no en vano controla los bienes materiales y es dueña de grandes extensiones de tierra en toda Europa—, este pensamiento seguía manteniendo, hasta el siglo XII fundamentalmente, una economía de subsistencia, que no sólo lo era sino que se profesaba, pues estaba encaminado hacia el objetivo de la Salvación.
Esta concepción de la vida y la riqueza supuso un gran freno al desarrollo económico pues no se barajaba ninguna razón superior para incrementar lo que ya de por sí parecía más que suficiente, habida cuenta de que con lo acumulado la iglesia superaba sus pretensiones y satisfacía mediante la caridad unas necesidades sociales poco exigentes. Cambiar esto exige una lucha contra la moral vigente y el cambio en la percepción de conceptos como riqueza, pobreza, trabajo, por parte de la Iglesia, y, por otro lado, darse las condiciones ambientales que lo hicieran posible que pone de manifiesto que, aunque fuera una lucha cultural, también llevó implícita una lucha del poder político —de forma similar a las luchas de clases vistas— que concluyó con la constitución de las grandes naciones soberanas de las que de forma residual resultaron beneficiados los comerciantes, y el comerció como tal, mediante la legitimación del beneficio económico, hasta entonces execrado, del que tomó parte dicho poder político. Tenemos por tanto, una lucha de poder de la que resultó beneficiada una incipiente burguesía en auge, y de la que resultaron unas nuevas relaciones de producción; la del poder político con el hombre que resulta rentable mercando; ya no siervo, ni especializado sino liberado. Esto supuso, por descontado, un paulatino cambio de la sociedad, fundamentado en la constitución de las ciudades y de la vida urbana, que posibilitaban el comercio, y de la mentalidad, condesada en la incorporación de una serie de textos eclesiásticos que hacían posible una argumentación en un sentido diferente al usual en el seno de la ley de la Iglesia. En efecto, en primer lugar, y como cuestión fundamental, una argumentación sobre el problema de la igualdad, de la propiedad y la riqueza, del conflicto entre la propiedad privada (acumulación de riqueza) y los derechos comunales, o el conflicto entre la ley humana y la divina o natural, que intentaron ser armonizados desde diferentes puntos de vista, bien considerando la ley humana como parte de la divina o un estado transitorio, bien considerando el bien particular como bueno para el general, derivado del perfeccionamiento del cuidado o la administración. Como refiere la autora,

El punto de partida es el problema de la propiedad y la igualdad ¿Cómo se podían justificar la propiedad privada y las desigualdades que resultaban de ella si Dios había dado la tierra y los recursos para todo el mundo?

Tomás de Aquino había declarado:

De acuerdo con la ley natural, se deberían usar los bienes que se tienen en sobreabundancia para el mantenimiento de los pobres. Éste es el principio anunciado por Ambrosio… Es el pan de los pobres el que tú retienes; son las ropas de los que no tienen las que tú acumulas; es el alivio y la liberación de los desdichados los que tu frustras al esconder tu dinero.

Del debate y los propios beneficios económicos se inicia la transformación en la consideración del comerciante, de hombre-usurero que saca beneficio sin transformar el producto, tomado como la peor casta en el seno de la iglesia, a comerciante hombre-benéfico para los intereses de la comunidad, o, ésta de hombre rico-malvado va al infierno y pobre-bueno, al cielo, por otra totalmente contrapuesta. Tanto es así que no sólo cambió la concepción sobre el pobre sino de forma muy particular sobre los pobres que necesitaban ayuda, los que no trabajaban, a los que se les tildaron de vagos, sobre todo cuando determinadas crisis demográficas llevó a un déficit de mano de obra. La pobreza pasó de ser una bendición a ser una maldad, pues se cambió la concepción de estar más cerca de Dios a la de ser incluso una distracción para su culto, en tanto que el rico tomaba otra dignidad y se proyectaba en un camino de la virtud, materializado en el resultado del trabajo del hombre; que es la que sigue vigente hasta nuestros días.

Vemos que no sólo la acumulación de riqueza adquiere un plus sino que el trabajo adquiere una nueva dignidad, esto es —tal como apunta Max Weber—, una nueva visión del trabajo o preludio del capitalismo, es un nuevo orden social, pero es también un nuevo espíritu. Ese acontecimiento define ese espíritu que es el espíritu de la proporcionalidad directa. Ése es el espíritu del progreso social y económico, es decir, el espíritu del mercader, del usurero que tuvo que hacer creer a la iglesia —al poder— que llevaba parejo una revolución del hombre como tal, que empezó con la rotura de un pensamiento y ha seguido facilitando todo tipo de avance técnico y cultural, y rompiendo todo tipo de barreras. Según se refleja en el Manifiesto, y aunque en el mismo no todos los hechos consignados como logros son considerados propiamente exitosos.

La burguesía ha desempeñado, en el transcurso de la historia, un papel verdaderamente revolucionario… Desgarró implacablemente los abigarrados lazos feudales que unían al hombre con sus superiores naturales y no dejó en pie más vínculo que el del interés escueto, el del dinero contante y sonante… Convirtió en sus servidores asalariados al médico, al jurista, al poeta, al sacerdote, al hombre de ciencia… Hasta que ella no lo reveló no supimos cuánto podía dar de sí el trabajo del hombre… La burguesía ha producido maravillas mucho mayores que las pirámides de Egipto, los acueductos romanos y las catedrales góticas

Esto es lo que hace de la burguesía como grupo algo irremplazable y único para el progreso, que no se detiene ante nada, pero también lo que la hace temible porque el usurero recordó (ha recordado) que era un usurero, y dibujó otro espíritu (y lo hizo valer porque, además, ahora tenía el poder); uno que, aunque acarreaba progreso económico y social, parejamente introducía un elemento importante de pérdida de bienestar y marcó el punto de inflexión un nuevo cambio cultural: la rotura de la familia tradicional.

Podemos decir que la incorporación de la mujer al mundo laboral —con el incremento demográfico ocupacional que comporta— supuso un incremento notable de desarrollo por incremento de la clase media —de los mediadores—, que dio lugar a la despolarización socioeconómica explicada (por el incremento del desarrollo y de esa clase media), y que para ella misma, como entidad, y para el conjunto, por cuanto es parte del mismo, supuso una nueva revolución social, la pérdida definitiva del más doloroso e imperdonable de los atavismos y de la injusticias, pero también la más clara de la servidumbres. En este último caso rompiendo definitivamente a la sociedad pues, muy lejos de liberarle económica y socialmente, tras abandonar una servidumbre, tomó otras mil, entre las que se encuentra la destrucción del seno familiar o la inhabilitación, que se deriva del estado de ocupación —que como ya indicamos es barómetro del bienestar—, y que es el más importante por ser un factor de desintegración social; el factor más cercano, que se sirve del vínculo amoroso y educativo para integrarnos en la sociedad.

El capital encuentra necesario incorporar un grupo más al desarrollo y para eso entona desde el poder los cantos de sirena: impulsan medidas que favorecen la infertilidad y disparan el aparato propagandístico, alentándola, engañosamente, a ocupar su tiempo; pero no es ella quien ocupa su tiempo sino que, como sabemos y vemos, se lo ocupan. Los logros sociales no fueron, una vez más, nada más que unos compromisos con fecha de caducidad, primero frente a la clase trabajadora que tenía que llevar a cabo la revolución industrial, luego frente a sus especialidades que fueron descatalogadas y vaciadas de contenido y, finalmente, frente a la mujer que perdió con su incorporación su papel de pegamento social. La sociedad así, y la familia, quedó doblemente ocupada, y desestructurada.

Antes era el hombre el eje que relacionaba la familia con el mundo; era su interlocutor. La mujer estaba liberada de todas estas tareas: economía provisión de dinero, conflictos derivados de la vida laboral y social; y se podía dedicar por entero a la familia, y a los hijos como parte fundamental. Los hijos en este caso estaban gobernados en los años tiernos de la infancia por los criterios de la madre y no por otros ajenos, inexpertos o desinteresados. ¿Se puede calcular cuánto daño ha hecho, y en cuántos sentidos, que los hijos estén en manos de nadie? Pero no quedó más remedio y esa fue la primera servidumbre. Luego, como consecuencia, vienen las mil gestiones absurdas. Con el ordenamiento social antiguo tenían claro que cosa tenía que realizar cada uno, cuál era su función y a qué entregar las energías, ahora no, ahora lo social es de los dos se duplica la atención, todo lo familiar es de los dos se duplica la atención. Luego, como consecuencia, vienen las mil gestiones absurdas.

Vemos que la ocupación y la desestructuración (desespecialización) son dos elementos continuamente presentes en la proporcionalidad inversa. La pregunta es: ¿cuál será el siguiente intento de ocupar y desespecializar a la sociedad, el nuevo espíritu del capital para franquear una nueva barrera y entrar en otro tipo de relaciones de producción? Otra cuestión, que además es anterior, es conocer que hay en el fondo de esta bipolaridad económica que lo mueve todo, y saber si estamos inevitablemente supeditados a ella, es decir, si a pesar de todas sus contraindicaciones, pasadas, presentes y futuras, es la única fórmula posible de desarrollo económico y evolución social.
 
(Continuará…)

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