sábado, 8 de febrero de 2014

Resumen de la 18ª entrega de la Teoría social




Entre las deficiencias más notables de nuestro sistema social está la propia estructura de escalado y promoción. Esta estructura está diseñada para establecer una diferenciación clara entre polos, entre los que mandan y los que no, los que saben y los que no, dando lugar por diversas causas a una circulación deficiente entre dichos polos y a un aprovechamiento deficiente de los mismos. Quienes necesitan de determinadas exigencias o perfiles saben que éstas pueden ser entresacadas suficientemente de la criba establecida a través del principio de competencia u otros mecanismos de supervivencia o selección, que pueden verse favorecidos o desfavorecidos por la coyuntura o la fortuna. Esta selección natural está bien a falta de otra o cuando las exigencias de la propia naturaleza así lo determinan (cuando la sociedad es en sí misma, como antaño, supervivencia), pero no parece apropiada para este estadio cultural y, en particular, para una situación de abundancia de mano de obra. Los mecanismos de escalado actuales no sólo ralentizan el progreso de la sociedad sino que la desestructuran y, lo que es más grave, desatienden las necesidades sociales futuras, las de  la sociedad del conocimiento en el marco social del trabajo como bien escaso. Esta necesidades nos llevan a una necesidad única, la de establecer una nueva orientación social basada en unos nuevos conceptos de ocupación y desocupación, esto es, de la eficiencia y la rentabilidad social  de la misma (y no sólo económica).
Frente a esa máscara de excelencia de los mecanismos de selección y descarte, y todas las debilidades soterradas derivadas del principio de competencia, tendremos que establecer otra fórmula de selección. Esa nueva fórmula de selección nos llevará a un proceso de inversión social o de utilización apriorística o por defecto de los recursos humanos, que no sólo dará a una mayor y mejor utilización de éstos sino a una conexión más natural entre la necesidad/utilidad social y los diferentes perfiles humanos, esto es, a un establecimiento más sano y equilibrado entre lo que las personas dan y pueden dar de verdad.
Yendo más allá se establece una conexión entre el interés y el desinterés (cuestiones claramente psicológicas), como los dos grandes motores de la eficiencia individual y su repercusión en la eficiencia social cuando aquéllos se presentan como elementos contextuales de ésta, es decir, cuando toda eficiencia social es simplemente el promedio de todo tipo de predisposiciones individuales a hacer o deshacer, presentándose, en consecuencia, como un ecosistema de mediocridad.
La ineficacia política parece un buen ejemplo de este ecosistema, de esta mediocridad. En este ecosistema se ponen de manifiesto tanto las interrelaciones reseñadas como los elementos puesto en juego en las mismas, esto es, las propias aportaciones (interés, desinterés, capacidades) individuales, lo que hace necesario un breve estudio de dichas capacidades, tanto de la parte ejecutiva (uno de los polos) como de la operativa (el otro), es decir, la diferenciación de toda la ineficacia de fondo en dos grandes bloques, y su caracterización, su asimilación a los dos polos sociales (y funcionales), así como de la repercusión en los diferentes flujos o capacidad de influencia, de acuerdo con el efecto transistor.[1] [SIGUE]



[1] El estudio de estas capacidades en los dos polos nos permitirá, en efecto, caracterizar la ineficacia de los mismos y suministrar criterios para eliminarla o paliarla, otra cuestión muy distinta es si este estudio se ha realizado ya, y si se ha hecho o se hace para estos fines (los de alcanzar una sociedad, globalmente, más sana y eficiente) u otros fines bien distintos, esto es, para implantar la eficiencia estándar, la que se espera y de la que no se puede escapar.