viernes, 27 de diciembre de 2013

Feudalismo del siglo XXI o de diseño (el retorno)


Todo lo expuesto y propuesto es, aunque no lo parezca, la parte buena, que habla de un camino proceloso o de calvario y sufrimiento hacia un mundo mejor alcanzado paso a paso mediante transformaciones realizadas en todos los frentes gracias a una mejor higiene social y psicológica y un círculo saludable entre ambas formas de higiene. La parte mala es el círculo malsano y vicioso establecido entre hombre y sociedad, entre las necesidades de ambos, en las que esto me lleva  a aquello y aquello a lo de más allá o a aquello otro, simplemente por la fuerza de las circunstancias o de la lectura que se hace de ellas.

Éste es el caso (no es el primero y no será el último) de la reforma de la ley de seguridad ciudadana. No voy a cebarme con el poder perverso que la pone en marcha, voy a hacerlo con el pragmatismo que hace justificar toda una suerte de regulaciones que garanticen la paz de esa parte de la sociedad que no ha visto (sufrido) la calamidad (como se hace o se hará respecto al derecho de huelga), voy a hacerlo respecto a esa praxis política por la que las penas van en función de lo soportable que sea el daño (tal como postuló Nietzsche), y voy a hacerlo respecto al carácter de esas penas y la capacidad de anular (más allá de la acción judicial) toda posibilidad de reacción, como la que posee la sanción administrativa (cuestión parecida a quitar el pan de los hijos en vez de la propia vida) y otras medidas de ingeniería coercitiva o extorsión.

El planteamiento es separar cada vez más a los que producen de los que no producen y eliminar toda posibilidad de que los segundos disturben lo más mínimo a los primeros, eliminar toda posibilidad de hacer frente a su caso, toda presencia. El planteamiento es separar cada vez más a dos sectores de la sociedad y garantizar la pervivencia del sistema en esta situación, que es tanto como decir la pervivencia de ese sector acomodado que por lo mismo lo ampara.

Nuestro relato social ya explica todo esto y explica cómo esa suerte de pequeños pasos aquí y allá nos lleva al esclavismo o relaciones de producción de semejante patrón. Para que esos pasos nos lleven de un punto a otro de forma inequívoca sólo hay que marcar una dirección, todo lo demás lo hace la propia inercia del sistema. Esto que se está haciendo, que estamos viviendo, son esos pequeños ajustes de dirección que al cabo nos llevan a un universo bien distinto. Ese círculo, como se ve es algo más que un círculo vicioso, es una tendencia clara a formas sobre las que casi no cabe oposición, y de implantación tan rápida que incluso el mejor y más bien intencionado planteamiento teórico resulta inaplicable y alejado de lo que verdaderamente acontece, de la dura realidad.

La cuestión es cómo neutralizarlo, cómo romper el círculo. Está claro que la única forma de hacerlo es mediante la exposición clara de lo que se quiere hacer, la comunicación y la asunción por algún poder político, pero incluso ese poder político está obligado por la realidad, por esa inercia, por lo que lo único que cabe es presentar fórmulas económicas y sociales emergentes que hagan prescindibles a las actuales.

Tenemos, por tanto, que plantearnos qué formas emergentes son posible y en función de qué. Más concretamente, tenemos que preguntarnos qué formas económicas y sociales emergentes son posibles tras el mileurismo o el setecientoseurismo, ése que no da ni para lo mínimo.

La verdad es que ya se dieron antaño esas formas emergentes y que, lejos de suponer un revulsivo, supusieron una parada, un retroceso en el progreso y el esplendor (hablamos del medievo tras la caída del Imperio romano), una perpetuación del ocaso, una solución in extremis y sin futuro sustentada en una forma nueva y empobrecida de relacionarse, la del nuevo poder económico (los señores) con aquéllos que no poseían ni los medios de producción.

Allí se pasó de la necesidad a la dependencia, en similares circunstancias, por lo que todo apunta a que se establezca un nuevo orden basado en la relación de dependencia, esto es, en estar al servicio por lo puesto. Esto, que ya está desarrollado en el breve repaso histórico realizado en el cuerpo teórico, podrá parecer exagerado o anacrónico, pero ¿cuántos de estos parados, sin casa, sin medios, sin nada, no accedería a una relación laboral a cambio del simple mantenimiento y tal vez un extra para acceder a algunos servicios o elementos accesorios (móvil, tele, etc.)? Yo lo diré, muchos de ellos, ya sin futuro, lo tomarían como la mejor vía. Otra cuestión, ¿Qué se necesita para que sea posible? Yo lo diré, sólo hace falta una sutil modificación legislativa para hacerlo posible.

Para hacerlo posible sólo hay que ver finalmente la ventaja, esto es, tiene que ver la ventaja el capital. No es difícil verla porque una vez más nos encontramos frente a la situación presentada entre el Imperio romano y los señores feudales, la de esconder parte del beneficio (o rentabilizar) a través de una estructura opaca (el feudo).

Estamos diciendo que estas formas emergentes (las que necesitamos como solución) no vienen nunca a solucionar el problema de las clases necesitadas sino la ineficacia y la falta de rentabilidad de las relaciones de producción, por lo que no hacen sino buscar una nueva superestructura para las mismas.

Ese intento de rentabilizar y esconder es el que ha hecho que proliferen las empresas de subcontratación como intermediarias (que son las que en realidad se han quedado con el diferencial entre lo que se venía ganando antes de la crisis y los setecientos euros actuales), o esquema básico de la superestructura, pero es el que puede hacer que se vaya un paso más allá en el sentido descrito, que no es otro que el de equiparar la fuerza del trabajo a los gastos de subsistencia, dejando todo lo demás como plus-producto.

Idénticas formas de relación nos llevan a un idéntico grado de bienestar porque nos llevan a un alto tanto porcentual de la masa social ocupada con un salario mínimo, y a un diferencial que se acumula (ahora de forma más productivista) en reservorios de riqueza y de poder. En aquel caso fue la caída del gran imperio (destrucción) en beneficio de toda una suerte de mini-imperios diseminados por toda la geografía, en este caso ha sido la diseminación calculada para evitar su derrumbamiento, mediante la incorporación de esos feudos como unidades intermediarias que se benefician de esa intermediación y nutren con ello al gran reino económico.

Esa pequeña jerarquía social, que en la actualidad se compone de toda la pequeña estructura de las empresas y de todo aquel que sea capaz de diferenciarse, formará un mundo similar al de bienestar que conocemos, y todo el sector que simplemente disponga de la fuerza de su trabajo, ya sea cualificado o no (obreros, médicos, técnicos) pasará a formar parte de un submundo gris de varios tonos, dándose por descontada su funcionalidad anodina, y como tal recompensada. Esto nos pone frente a la gran táctica del sistema socioeconómico actual, la de echar del sistema de bienestar a quienes se presenten como una carga o a quienes no les reporte un plus, esto es, algo más de lo que ofrece un sistema mecanizado.

 

 
 

 

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