jueves, 21 de junio de 2012

Presentación de la Declaración (provisional) de la Sociedad Inversa Sociedad Inversa



Los principios de verdad son una medida de higiene política o de superación de la judicialización, que tanto daño hace a nuestra sociedad, porque es la continua lucha de iguales en la que a la hora de la verdad unos son más iguales que otros, y en la que sin embargo perdemos las fuerzas.
La inversión social es una medida de higiene socioeconómica o anulación sistemática de los dos grandes problemas estructurales de nuestro sistema social, la competencia (la competitividad) y la incompetencia (la no idoneidad), mediante un sistema de escalado social que propiciaría una adecuación de la actividad a las verdaderas capacidades, dando un sentido diferente al concepto de ocupación.
Ese es el valor de los dos pilares básicos de La Sociedad Inversa, que podemos estructurar mediante una Declaración o decálogo de pretensiones, que conecte con la realidad y que, sin embargo, la supere. Es decir, no se trata de un anhelo hueco sin posibilidad de imbricarse con la realidad porque dispone de demandas concretas y claras en ella, puntos de partida y objetivos alcanzables, no se trata de algo empercudido de realidad, saturados de sus propio lenguaje, sino algo que quiere escapar de la misma, de sus marcos jurídicos, de su inercia, de ciertos usos.
Este decálogo de pretensiones se tiene que concretar luego en toda una serie de iniciativas, que iremos también apuntando en la Teoría social,  que vayan estableciendo una nueva forma de entender las relaciones y una nueva arquitectura social, y que de igual forma modifiquen las relaciones socioeconómicas.
De una parte, nosotros, como sociedad, queremos una sociedad que sin perder de vista las necesidades estructurales y, por ello, la rentabilidad económica, persiga una participación extensiva en la producción y en el resto de las ocupaciones de la vida social propias de una sociedad de desarrollo, propiciando un orden lógico mediante la inversión social (reestructuración y eficiencia), el desarrollo de un concepto de la ocupación sobre la idea de ocupación necesaria y, consecuentemente, de la desocupación, como seña de bienestar, y la adecuación del desempeño a capacidad que impida cualquier tipo de falla social o desarraigo. No queremos una sociedad en la que impere la ley del balancín sino otra levantada sobre la idea de vasos comunicantes, superando definitivamente la dicotomía existente entre los dos grandes modelos sociales —el maniqueísmo ideológico absurdo— y, consecuentemente, su aparentemente irreconciliable espectro de intereses.
Esta dicotomía evidencia que esta sociedad está entendiendo algo mal. Entenderlo bien es encontrar un punto de encuentro. Ese punto de encuentro pasa por establecer unas preferencias en las que las necesidades de la producción no vayan en detrimento del bienestar y el bienestar no vaya en detrimento de la producción, y que todo, en conjunto, vaya en beneficio de la sociedad. Esto se consigue con el citado modelo extensivo por el que todo va en el beneficio de la sociedad, pero toda la sociedad de forma extensiva se corresponsabiliza de las necesidades productivas, esto es, del desarrollo, cuidado y máximo aprovechamiento de las fuentes de riqueza. No queremos una sociedad en la que la riqueza se obtenga de una diferencia de potencial grande sino en un flujo grande y en la supresión de resistencias. Esto para la actividad económica se presenta como intensiva o productivita (y sin los inconvenientes actuales) pero socialmente presenta todas las ventajas de la distribución lógica.
De otra parte, no se trata sólo de cambiar leyes e incluso de cambiar la Constitución, que en último término podría ser necesario, sino de cambiar nuestro concepto de sociedad, nuestra percepción de las formas  habituales, consolidadas y aceptadas, y crear una corriente de opinión que las haga o las tome como inaceptables. En este sentido, estamos habituados —en esa lucha de iguales— a que unos sean presuntamente inocentes por defecto y otros, presuntamente culpables, a que unos tengan como derecho lo que no es tal, en tanto que otros tienen que revalidar continuamente sus derechos más nimios, dando lugar por una parte a un exceso o abuso social permanente y por otra a una gran complejidad social y un gasto enorme de recursos. A modo de ejemplo, podemos decir que no tiene sentido que todos los derechos asociados a la adquisición de una vivienda nueva, esto es, los exigibles criterios de calidad contratados y, sobre todo, los esenciales, tengan que ser recurridos por vía judicial (esto es, revalidar el derecho), y no por vía administrativa o de oficio mediante un simple informe técnico de rápida ejecución, que dictamine lo que en principio (por principio) corresponde; quedando la acción jurídica como recurso o segunda instancia frente a discrepancias respecto del principio refrendado o documentado. No es de recibo tampoco que la verdad jurídica esté del lado del que tiene poder, es decir, que el que tiene el poder tenga la oportunidad de ejercerlo indebidamente y una vez ejercido, de camuflarlo con facilidad mediante el amparo judicial, como se hace de forma circunstancial en cualquier ámbito y de forma sistemática en el ámbito político, donde una fiscalía, del mismo signo político, necesita mucho más que indicios para iniciar un procedimiento (la realidad es que tiene que verse frente a la imposibilidad de no hacerlo). Se necesita por tanto una definición nueva de la verdad jurídica o una arquitectura escrupulosa, o ambas cosas. Esa arquitectura en el ámbito político muy bien puede venir dada a partir de una separación de poderes (y, ¿qué mejor separación que hacerlos de signo político diferente?), mientras que en otros contextos tienen que partir de determinados mecanismos que rompan con la indefensión sistemática o la coerción encubierta, y de la posibilidad de abreviar de forma razonada determinados litigios (para empezar dándole verdadera solución) o mermas de derechos, esto es, la posibilidad de liberar a la víctima del daño y del peso de todo el aparato judicial, quedando liberado del proceso, lo que posibilitará una mayor participación ciudadana o la implicación —personal o no—  en la corrección de todas esas desviaciones que afectan a un buen desarrollo social; lo que deriva en altura social.
De eso se trata, tanto un fundamento como el otro, de establecer mecanismos que no sólo sean elementos de urgencia a la innumerable cantidad de problemáticas sino de otros que eleven nuestra altura social como sociedad, lo que pretendemos de ella. Se trata de dar claridad y simplicidad a la estructura social, en el orden lógico mediante los principios y su jerarquía, y en el orden estructural mediante la inversión social o, lo que es lo mismo, mediante unos mecanismos de empleabilidad eficiente y de utilidad social sin angustias sociales y personales.
Esta sociedad debe ser consciente de que esto que quiere y persigue está sujeto a la viabilidad económica y social, y que habrá, en consecuencia, un largo proceso de transición y la implantación de disposiciones transitorias en el mismo. Para empezar tenemos un problema financiero por resolver que supone también el cambio de una vieja concepción de la riqueza y el reparto, y su transformación en otra nueva, que en modo alguno puede ser la vieja propuesta socialista (ésta no funcionó en el pasado, porque parte de algunos errores de bulto, y no lo hará en el futuro) sino en la que estamos desarrollando y esbozamos aquí. Pero debe ser también consciente de que por encima de este problema tenemos otro, que se ha puesto de manifiesto ahora de forma superlativa pero que ya se venía denunciando por los sectores que vienen sufriendo esta misma problemática en cualquier tiempo, y que no es otro que la capacidad que tiene el dinero sin control de destruir nuestra forma de vida. Es por esto que esta sociedad debe fijar en estos fines sus decisiones, estableciendo esas grandes orientaciones sociales o idea de lo que se pretende alcanzar de una sociedad, que si bien pueden ser desviadas coyunturalmente permiten no perderlas de vista como referencia.
A partir de aquí sólo queda comprender lo que  esencialmente implica esta propuesta, apoyarla, creando un estado de opinión, y  elaborar una hoja de ruta que permita definir las prioridades (se trata de ir hacia otro orden social) y conseguir que esa parte de la sensibilidad social que ya tiene una forma de orden (la socialdemocracia) la adopte, esto es, se dé cuenta de que el único proyecto social viable es éste, y sirva, en consecuencia, de dispuesto vehículo.