lunes, 9 de abril de 2012

Asambleas Constituyentes

Ya he expresado la necesidad de ejercer una acción o establecer una lucha contra este proceso de regresión social puesto en marcha, y que cualquier iniciativa que trate de parar, paliar, o ejercer una simple resistencia, es buena en sí misma, al margen de que analizada en detalle o mirada desde diferentes ángulos podamos cuestionarla. Es bueno en sí mismo el simple cuestionamiento del orden establecido y todo el debate que suscita, la oposición presentada a que esta sociedad sea llevada en una dirección claramente equivocada sin coste; aunque el coste sea inicialmente el nuestro.
Pero pasada esa primera congratulación sí tenemos que plantearnos qué estamos haciendo, cómo, para qué realmente y con qué grado de efectividad y coherencia, dado que, además, todo planteamiento lleva aparejado una infraestructura, y ésta un trabajo muchas veces ingrato y poco recompensado por los resultados o por la capacidad de convocatoria.
De entre las tareas más ímprobas (y más concretas) que se están haciendo, podemos citar la creación de un proceso constituyente y todo lo que lo acompaña. Esto alguien lo propone y muchos otros, llenos de entusiasmo, lo siguen, pensando que ciertamente es la solución, pero esto no es cualquier cosa. No voy a cuestionar, de momento, si es la herramienta o una herramienta adecuada, porque entiendo que el proceso de regresión social es muy serio (creciente y perdurable) y que puede llegar a ser la única forma de aplicar contrarreformas y establecer un nuevo punto de inflexión en el futuro (al que hay que anticiparse); pero si voy a cuestionar que sea de aplicación en este momento, esto es, si es necesario, eficaz y suficiente.
Para poder valorar esto, habría que saber si queremos reformular toda la Constitución y decir: “artículo uno…”, y decir qué queremos que diga el artículo uno, y así con todos, de acuerdo a un pretendido esquema de sociedad, o si queremos destacar los problemas sociales que tenemos y poner en evidencia aquella parte de la Constitución que lo origina o le da cobertura, y, consecuentemente, analizarla y corregirla.
Lo primero implica debatir intensamente, “pelear” y llegar a acuerdos de todo entre todos, y estar dispuestos a realizar un gasto de tiempo y energía sobre cuestiones que no nos orientan al problema y que nos ponen ante problemas nuevos: sistema federal o no, monarquía o no, etc., es decir, ante un problema político cuando tenemos uno social en plena efervescencia; lo que no deja de ser una forma absurda de desviar la atención.
La segunda fórmula es más rápida y nos orienta al problema, y a la solución, si es que somos capaces de encontrar una clara relación entre el problema y aquella parte de la Constitución que lo origina. Sobre este particular, es verdad que la Constitución es susceptible de ser mejorada, y por tal serlo en un futuro, ¿pero en rigor podemos establecer una conexión entre la problemática actual y nuestra Constitución? Si echamos cuenta de las demandas populares recogidas por DRY, podemos darnos cuenta de que verdaderamente no se corresponden o tienen su origen en la Constitución, y que esencialmente no se corrigen con su modificación puesto que obedecen a cuestiones políticas (que se modifican mediante leyes) o puramente económicas, es decir, que la transformación social en lo que atañe a esas demandas se topan con la realidad en esas dos variedades: el deterioro socioeconómico no tiene su origen en una Constitución degastada o perversa sino que obedece a un desplazamiento del poder por cuestiones económicas (véase el Manifiesto), y esto, por unas razones que en cierto sentido no gobierna nadie, porque obedecen a la expresión colectiva del apego, de nuestro propio desorden, y a otros factores ligados a la evolución social y el desarrollo que propician determinadas formas de dominación ya olvidadas o en desuso, que, sometidas a una clara y fuerte inercia, parecen difíciles de contener.
Es de este no saber, de este no gobernar, de este desorden, de donde nace la idea de que es más fácil retomar el poder (el poder del pueblo), y establecer un nuevo marco, o reformularlo, que advertir y corregir las deficiencias existentes, dado que esto último se presenta como una tarea sobrehumana (sólo hay que ver las casi 4.000 propuestas dispares, y los otros tantos problemas). En efecto, la revolución se presenta más fácil que la regeneración (o evolución) porque ésta exige mejor conocimiento de la situación, más uso de la imaginación y de las capacidades; en tanto que para la primera sólo nos tenemos que preocupar inicialmente de cuestiones esenciales y de un consenso relativamente fácil, siendo más tarde cuando tenemos que hacer el ajuste fino y plantearnos innumerables cuestiones que hemos dejado atrás, o simplemente vernos con la realidad o con la evolución que inevitablemente le sigue, y por la que muchas revoluciones fallan o se convierten en formas totalitarias (además de por las consecuencias dramáticas que puede tener las variaciones inerciales). Ahí está el error: hacer el boceto, nuevo y distinto, o similar, puede ser hasta fácil (y, sin embargo, creo que ya costaría), hacer lo segundo, que va detrás, no, para lo segundo hay que sacar el lápiz fino, hay que decidir, y antes de eso poner en confrontación solicitudes particulares legítimas y contrarias (como es el caso de cualquier asamblea y lo sería la práctica real de democracia 4.0), que plantea muchos problemas y hacen de “El poder del pueblo” una quimera: el problema surge cuando nuestras demandas luchan contra la realidad y luchan contra las demandas de los otros; en algún momento hay que decidir: no vale eludir esa responsabilidad (no hay atajos).
Pero la cuestión no acaba aquí, porque además de esto, cualquier intento de transformación profunda, con nueva Constitución o sin ella, chocaría con Europa y con los Mercados (otra vez la realidad). ¿Lo tenemos contemplado?, ¿somos capaces de asumirlo? Aquí también se produce una fractura entre unos y otros, porque hay quien lo asume y en esa asunción contempla la posibilidad de caer hacia una economía de subsistencia (esa es una de la posibles consecuencias), o incluso la persigue, en tanto que muchos otros, no.
Esto nos lleva a que hay que establecer una determinada estrategia para alcanzar unos fines, y alcanzarlos de una forma escrupulosa: una solución que no contemple la realidad anterior y todas las realidades no es solución, es sólo un golpe efectista, un alarde de improvisación o muestra de desesperación. Una solución que contemple todas las realidades no puede ser el fruto de una realidad concreta ni ser suma de ellas: tiene que ser fenomenológica.
Ése es el desacierto de la Constitución (la actual o una nueva), el de unificar todas las posibles propuestas o las necesidades que ellas encarnan en un conjunto de leyes maestras, mediante un proceso de síntesis erróneo. Queremos una transformación social, pero entre las solicitudes que tenemos que tener en cuenta están la de aquéllos que la tienen distinta (la del compañero de asamblea), y la de aquéllos que se oponen a nuestra idea de transformación, y entre estos últimos, aquéllos que revalidan el sistema actual y lo ven natural o sufren sus agresiones de manera muy distinta. Tenemos que tener en cuenta todos los deseos, todos los opuestos. Y es el desacierto porque, en último término, una Constitución es un ordenamiento que como tal viene expresado en el lenguaje del derecho, no del deseo: una Constitución no realiza una síntesis del deseo o de la necesidad sino que lo ordena. En vez de ese camino trazado hay que tomar este otro, el de la síntesis previa de todos los opuestos, de todos los deseos, o, de una forma más pragmática, de todo el articulado de la Constitución en dos pilares básicos (o teoría social) que además sirvan de fundamento para la hoja de ruta de toda transformación, es decir, el logro de un modelo social accesible desde éste y que reconozca las necesidades de los dos polos activos de una sociedad y los integre en un proyecto social común. La situación actual es la de una lucha de clases, pues bien, no más luchas de clases, no queremos ganar la lucha, queremos superarla: esto es La sociedad Inversa.
Se quiere abrir un proceso constituyente, esto es, de establecimiento de una nueva estructura constitucional, pero esto, en el momento social actual no sólo puede ser innecesario sino insuficiente porque este momento social no exige principalmente el establecimiento de esa estructura sino algo anterior, una metaestructura o marco previo en el que establecer la anterior. Aquélla puede ser la opción de Egipto o de Marruecos, pero no la nuestra, nosotros tenemos que mirar más lejos: ellos aspiran a una democracia, nosotros a algo más. La opción no es, por tanto, la primera ni la segunda, ni el tratamiento a las bravas de todas las problemáticas, porque la cuestión no es ni el cúmulo de problemas ni el marco en el que se desarrollan, sino la intencionalidad, la legitimidad y la voluntad de llevar a la sociedad en una dirección determinada, que tiene que venir expresada por dos simples claves; y el espíritu de ese marco, que luego tiene que reflejarse e imperar en cada una de sus disposiciones; además de reconducir toda la problemática económica.
Este camino sí es más largo porque quizás precise pasar años (de regresión) para alcanzar una verdadera idea de lo que se quiere y cómo, o para consolidarla y llevarla a la sociedad, pero hay que recorrerlo, dado que el devenir de una sociedad no puede llevarnos nada más que ese entendimiento o a la destrucción propia de una regresión total.

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